Buck no leí los periódicos, porque de haberlo hecho se habría enterado de la amenaza que se cernía no sólo sobre él sino también sobre cualquier perro de fuertes músculos y pelo largo y espeso que habitara en la costa, desde el estrecho de Puget hasta San Diego. Los hombres que se afanaban por entre las tinieblas del Ártico habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías de transporte marítimo y terrestre anunciaban a bombo y platillo el hallazgo, miles de hombres se precipitaban hacia las regiones septentrionales. Y esos hombres necesitaban perros que fuesen incansables, de fuerte musculatura con la que bregar y de espesa pelambrera para protegerse de las heladas.
Buck vivía en una amplia casa del soleado valle de Santa Clara. La llamaban << la finca del juez Miller>>. Estaba algo apartada del camino, medio escondida entre unos árboles que apenas dejaban entrever la amplia y fresca terraza que rodeaba la casa por sus cuatro costados. A la casa se accedía por unos caminos de grava que serpenteaban por entre amplias extensiones de césped, bajo las ramas entrelazadas de grandes álamos. La parte trasera de la finca era aún más espaciosa que la delantera. Tenía grandes cuadras, en donde charlataneaban una docena de palanfreneros y mozos de cuadra, hileras de casitas para los criados, todas ellas con emparrado, un sinfín de cobertizos bien alineados, altos cenadores por los que trepaban parras, verdes pastizales, huertos y parcelas de cultivo. Disponía también de una bomba para el pozo artesiano y de una gran alberca de cemento en donde los hijos del juez Miller se zambullían por las mañanas o se refrescaban durante las tardes calurosas. y Sobre estos vastos dominios reinaba Buck. Allí había nacido y allí había pasado los cuatro años de su vida. Bien es verdad que había otros perros (no podía ser de otra manera en una propiedad tan extensa), pero no contaban.
La llamada de lo salvaje, Barcelona, Vicen Vives, 1998,154, seleccionado por Jennifer Garrido Gutiérrez, primero de Bachillerato, 2015-2016.
Publicado por alumna I.E.S, Pérez Comendador
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