lunes, 23 de noviembre de 2015

Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll

     —¡Vaya, al fin tengo libre la cabeza! - se dijo Alicia en un tono de alivio, que se transformó en alarma un instante después, al darse cuenta de que no se veía los hombros por ninguna parte; todo lo que conseguía ver, al mirar hacia abajo, era una inmensa longitud de cuello que parecía emerger como un tallo de un mar de hojas verdes que se extendía muy por debajo de ella.
     —¿ Qué será todo ese verde? - se dijo Alicia-. ¿Dónde estarán mis hombros? ¡Ay, pobres manos mías!, ¿cómo es que no puedo veros? -y las movió mientras hablaba, aunque sin conseguir ningún resultado al parecer, salvo una pequeña agitación entre las lejanas hojas verdes.
     Dado que no parecía haber posibilidades de levantar las manos hasta la cabeza, trató de bajar la cabeza hasta ellas, y le encantó comprobar que su cuello se doblaba fácilmente en cualquier dirección, como una serpiente. Acababa de curvarlo hacia abajo en un gracioso zigzag, e iba a bucear entre las hojas, que según había descubierto no eran sino las copas de los árboles bajo los que había estado deambulando, cuando un agudo siseo la hizo retirarse al instante: una gran paloma se había abalanzado sobre su cara dando violentos aletazos.
     —¡Serpiente! -chilló la Paloma.
     —¡No soy una serpiente! -dijo Alicia indignada-. ¡Déjame en paz!
     —¡Serpiente! ¡Serpiente! - repitió la Paloma; pero en tono más calmado, y añadió con una especie de sollozo-: ¡Lo he intentado todo, pero parece que nada las detiene!
     —No tengo ni idea de qué me hablas -dijo Alicia.
     —Lo he intentado en las raíces de los árboles, lo he intentado en las orillas de los ríos, lo he intentado en los setos -prosiguió la Paloma, sin hacerle caso-; ¡pero dichosas serpientes! ¡Nada las detiene!Alicia estaba cada vez más intrigada; pero consideró que era inútil decir nada hasta que la Paloma hubiese terminado.
     —Como si no fuese bastante preocupación incubar -dijo la Paloma-; ¡encima tener que andar vigilando noche y día a causa de las serpientes! ¡No he pegado ojo en estas tres semanas!
     —Siento muchísima haberle molestado -dijo Alicia, que empezaba a comprender.
     —¡Y precisamente cuando me había instalado en el árbol más alto del bosque -prosiguió la Paloma, elevando la voz hasta chillar-, precisamente cuando ya creía que al fin me había librado de ellas, empiezan a bajar contorsionándose del cielo! ¡Uff, dichosas serpientes!
     —¡Le repito que no soy una serpiente! -dijo Alicia-. Soy una... soy una...
     —¡A ver! ¿Qué eres? -dijo la Paloma-. ¡Ya veo que estás tratando de inventarte algo!
     —Soy... soy una niña -dijo Alicia con cierta vacilación, al recordar el número de cambios que había sufrido ese día.
     —¡Bonito cuento! -dijo la Paloma en tono de profundo desprecio-. He visto montones de niñas, en mis tiempos, y ninguna tenía un cuello así. ¡No, no! Eres una serpiente; de nada te valdrá negarlo. ¡Supongo que me vas a decir también que jamás te has comido un huevo!
     —He comido huevos, desde luego -dijo Alicia, que era una niña muy veraz-; pero las niñas comen huevos igual que las serpientes.
     — No me lo creo -dijo la Paloma-; pero si lo hacen, entonces son una especie de serpientes: es cuanto puedo decir.

Lewis Carroll, Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Yuncos (Toledo), Ediciones Akal, S.A. , Colección Akal Literaturas, 2005, pág. 138-140.

Seleccionado por Paula Ginarte Pérez. Primero de Bachillerato. Curso 2015-2016.

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