viernes, 18 de diciembre de 2015

El libro de la selva. Rudyard Kipling

Por su parte, Baloo y Bagheera se sentían consumir de furor. Bagheera subió hasta los árboles más 
altos. En más de una ocasión se rompieron las ramas. Lo que hacía era una temeridad que jamás había cometido. Cuando caía al suelo solía llevar las garras llenas de corteza. Tenía que aminorar el golpe de la caída agarrándose a las ramas y al tronco. 
––¿Por qué no pusiste al cachorro humano sobre aviso? ––decía en un tremendo rugido a Baloo, 
que con su trote pesado esperaba adelantarse a la loca carrera de los monos––. Fue una estupidez matarlo 
casi a golpes y, en cambio, no ponerle en guardia contra este peligro. 
––Date prisa. Es posible que los alcancemos ––decía Baloo extenuado. 
––Creo que llevamos un paso que podría seguir cómodamente hasta una vaca. Gran Maestro de la 
Ley de la Selva, azotacachorros. Bastaría una corta  distancia para hacerte reventar. Descansa y piensa. 
Piensa un plan. Sería peligroso hasta que los alcanzáramos. Asustados, lo podrían dejar caer. 
––¡Brrr! Es posible incluso que ya lo hayan hecho, cansados de llevarlo. ¿Quién se puede fiar de 
los monos? Corona mi cabeza con murciélagos muertos. Aliméntame solamente a base de huesos viejos. 
Hazme caer de cabeza en una colmena de abejas furiosas que me piquen hasta matarme. Y, luego, entié-
rrame cerca de la madriguera de una hiena. Soy el oso más desgraciado que haya nacido. ¡Brrr! ¡Ah! 
¡Mowgli! ¡Mowgli! ¿Por qué fui tan estúpido y, en vez de golpearte, no te previne contra los monos? Es 
posible incluso que mis golpes le hayan sacado de la cabeza mis lecciones y en estos momentos se encuentre en la Selva desamparado, al no acordarse de las Palabras Mágicas. 
Baloo metió la cabeza entre las patas delanteras y se convirtió en un puro sollozo. 
––Ten en cuenta que a mí me las dijo correctamente hace muy poco tiempo todavía ––dijo Bagheera impaciente––. Baloo ––continuó––, has perdido completamente la cabeza y el respeto a ti mismo. 
Ponte en mi lugar y juzga lo que pensaría la Selva si me hiciera una bola como Ikki, el puerco espín, y me 
dedicará a lamentarme. 
––Nada me importa lo que piense la Selva de mí. Es posible que a estas horas Mowgli ya haya 
muerto. ––Sólo por pereza o por juego lo dejarían caer. Pero no hay que temer demasiado por el cachorro 
humano. Es listo, está bien formado y nadie es capaz de aguantar su mirada. Pero hay que reconocer que la 
situación es grave. Está en poder de los monos. Nadie puede llegar hasta donde ellos viven. A nadie temen 
––Bagheera mordisqueaba nerviosamente una de sus patas delanteras.  
––¡Tonto y necio de mí! No soy más que un desenterrador de raíces ––dijo Baloo enderezándose 
de un salto––. Es una verdad evidente lo que afirma el sabio Hathi, el elefante, cuando dice: Cada uno tiene 
su propio miedo. El miedo de los monos es Kaa, la serpiente de la Roca. Sube a los árboles tan bien como 
ellos; les roba sus crías por la noche. Cuando oyen su nombre les castañetean los dientes. Vamos a hacer 
una visita a Kaa.  
––¿Para qué? No es de nuestro pueblo, porque no tiene patas. Y está claro que es un saco de maldad. Lo lleva escrito en los ojos ––dijo Bagheera. 
––Tan vieja como astuta. Y siempre hambrienta. Prométele un rebaño entero de cabras ––dijo Baloo lleno de esperanza. 
––Sabes como yo que en cuanto come una se pasa durmiendo un mes entero. Es posible incluso 
que en estos momentos se encuentre durmiendo. Y es posible también que prefiera cazar ella misma las 
cabras ––Bagheera, que desconocía casi por completo a Kaa, desconfiaba de todo lo que concernía a la serpiente. 
––Entre nosotros dos, viejo amigo, somos capaces de convencerla ––Baloo frotó amistosamente 
con su paletilla la piel de la pantera. Y los dos juntos se fueron en busca de Kaa, la pitón que vive en la 
Roca. 
La encontraron tendida al sol en el saliente de un peñasco. Contemplaba con admiración su propia 
piel, hermosa y brillante, nueva. Le había costado diez días cambiarla. Lo había hecho en el retiro más absoluto. Parecía una enorme joya, con su cabeza roma y su cuerpo de nueve metros enroscado en fantásticos 
anillos. Soñaba con su próxima presa. 

     Rudyard Kipling,El libro de la selva, http://livros01.livrosgratis.com.br/bk000310.pdf,
     Seleccionado por Daniel Carrasco Carril, Segundo de Bachillerato, Curso 2015-2016.

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