viernes, 18 de diciembre de 2015

El proceso, Frank Kafka



 

  ––Que el escrito judicial no esté terminado se puede deber a múltiples causas justificadas –
  –dijo el comerciante––. Por lo demás, en lo que respecta a mis escritos resultó que no habían  tenido ningún valor. Yo mismo he leído uno de ellos gracias a un funcionario judicial. Era  erudito pero sin              contenido alguno. Ante todo mucho latín, que yo no entiendo, también  interminables apelaciones generales al tribunal; adulaciones a determinados funcionarios,  que, aunque no eran nombrados, cualquier especialista podía deducir fácilmente de quién se  trataba; un elogio de sí mismo del abogado, humillándose como un perro ante el tribunal y,  finalmente, algo de jurisprudencia. Las diligencias, por lo que pude comprobar, parecían  haber sido hechas con todo cuidado. Tampoco quiero juzgar en base a ellas el trabajo del  abogado; además, el escrito que leí no era más que uno entre muchos, aunque, en todo caso,  y de eso quiero hablar ahora, no percibí el más pequeño progreso en mi causa.

    ––¿Qué progreso quería usted ver? ––preguntó K.
    ––Sus preguntas son muy razonables ––dijo el  comerciante sonriendo––, raras veces se  pueden ver progresos en este procedimiento. Pero eso no lo sabía al principio. Soy  comerciante, y antaño lo era más que ahora; yo quería ver progresos tangibles, todo tenía que  aproximarse al final o, al menos, tomar el camino adecuado. En vez de eso sólo había  interrogatorios, casi siempre con el mismo contenido. Las respuestas ya las tenía preparadas,  como una letanía. Varias veces a la semana venían ujieres a mi negocio, a mi casa o a donde  pudieran encontrarme, eso era una molestia––hoy, con el teléfono, es mucho mejor––,  además, se empezaron a difundir rumores sobre mi proceso entre amigos de negocios y,  especialmente, entre mis parientes, sufría perjuicios por todas partes, pero no había el más  mínimo signo de que se fuera a producir en un tiempo prudencial la primera vista. Así que  fui a ver al abogado y me quejé. Él me dio largas explicaciones, pero rechazó con decisión  hacer algo en mi favor, nadie tenía poder, según él, para influir en la fijación de la fecha de la  vista. Insistir sobre ello en un escrito, como yo pedía, era algo inaudito y nos llevaría a los  dos a la ruina. Yo pensé: «Lo que este abogado ni quiere ni puede, es posible que otro  abogado lo quiera y pueda». Así que busqué otro  abogado. Se lo voy a  anticipar: nadie ha  impuesto o solicitado la fijación de la vista principal, eso es imposible, con una excepción de  la que le hablaré a continuación. Respecto a  ese punto el abogado no me había engañado.  Pero tampoco tuve que lamentar haberme dirigido a otro abogado. Ya habrá oído algo sobre  los abogados intrusos a través del Dr. Huld, él se los habrá presentado como seres bastante  despreciables y así son en la realidad. Pero cuando habla de ellos y se compara siempre omite  un pequeño detalle. Denomina a los abogados de su círculo los «grandes abogados». Eso es  falso, cada cual puede llamarse, naturalmente, si le place, «grande», pero en este caso sólo  deciden los usos judiciales. Este abogado y  sus colegas son, sin embargo, los pequeños  abogados, los grandes, de los que sólo he oído hablar y a los que no he visto nunca, están en  un rango comparablemente superior al que ocupan éstos respecto a los despreciables abogados intrusos.


     ––¿Los grandes abogados? ––preguntó K––. ¿Quiénes son? ¿Cómo se puede establecer
contacto con ellos?
    ––Así que usted aún no ha oído hablar de ellos ––dijo el comerciante––. Apenas hay un  acusado que después de haber conocido su existencia no sueñe largo tiempo con ellos. Pero  no se deje seducir por la idea. Yo no sé quiénes son los grandes abogados y no tengo ningún  acceso a ellos. No conozco ningún caso en el que se pueda decir con seguridad que han  intervenido. Defienden a algunos, pero no se puede lograr su defensa por propia voluntad,  sólo defienden a los que quieren defender. Sin embargo, los asuntos que aceptan ya tienen  que haber pasado  de las instancias inferiores. Por lo demás,  es mejor no pensar en ellos,  pues de otro modo todas las entrevistas con los otros abogados, todos sus consejos y ayudas,  aparecerán como algo completamente inútil, yo o lo he experimentado, a uno le entran ganas  de arrojarlo todo r la borda, irse a casa, meterse en la cama y no querer saber nada más  asunto. Pero eso sería, una vez más, una gran necedad, tampoco en cama se podría gozar por  mucho tiempo de tranquilidad.

Frank Kafka, El proceso, www.edu.mec.gub.uy
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo. Segundo de bachillerato, Curso 2015-2016.


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