(Extracto del curioso diario de John M'Alister Ray, estudiante de medicina)
Septiembre 11
Lat., 81 grados 40 minutos N., long., 2 grados E. Seguimos rodeados de enormes campos de hielo. El que se extiende hacia el norte de nosotros, y al que está aferrada nuestra ancla de hielos, no puede tener una superficie menor que un condado de Inglaterra. A derecha e izquierda se extienden, hasta el horizonte, superficies ininterrumpidas. El oficial informó esta mañana de que hacia el Sudoeste se advertían señales de témpanos flotantes. Si éstos se juntasen adquiriendo una fuerte cohesión, como para impedirnos el regreso, nuestra situación será peligrosa, porque, según he oído decir, nuestros víveres empiezan a escasear. La estación está muy avanzada y vuelven a aparecer las noches. Esta mañana vi una estrella que brillaba justamente encima de la verga del trinquete; es la primera desde primeros de mayo. Reina el descontento entre la tripulación, porque muchos de sus hombres desean regresar a toda costa a sus puertos con tiempo suficiente para dedicarse a la pesca del arenque, pues en esta época se pagan altos salarios en la costa de Escocia. Su disgusto sólo se ha exteriorizado hasta este momento en la adustez de sus rostros y en sus miradas amenazadoras; pero esta tarde le he oído decir al segundo oficial que piensan enviar una comisión para exponga al capitán su malestar. Yo tengo grandes dudas sobre la acogida que el capitán les dispensará, porque es hombre de genio violento y muy sensible a todo cuanto represente quebrantamiento de su autoridad. Me arriesgaré, después de comer, a decirle algunas palabras acerca de este asunto. He comprobado que a mí me tolera cosas que le molestarían dichas por cualquier otro miembro de la tripulación. Desde nuestra cuadra de estribor se distingue la isla de Amsterdam, en el ángulo noroeste de Spitzbergen; es un conjunto de rocas volcánicas, entrecortadas por vetas blancas, que son otros tantos glaciares. Resulta curioso pensar que los seres humanos más próximos a nosotros en este momento son los que viven en las colonias danesas establecidas al sur de Groenlandia, es decir, que están a sus buenas novecientas millas en vuelo directo. El capitán que arriesga su embarcación en tales circunstancias carga con una gran responsabilidad. Ningún ballenero permaneció nunca en semejantes latitudes a estas alturas del año.
Arthur Conan Doyle, El capitán del «Polestar», Madrid, Valdemar, El club Diógenes, ed, 96, 1998
Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016
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