Pisandro embistió al glorioso Menela. El hado funesto le llevaba al fin de su vida, empujándole para que fuese vencido por ti, oh Menelao, en la terrible pelea. Así que entrambos se hallaron frente a frente, acometiéronse, y el Atrida erró el golpe porque la lanza se le desvió; Pisandro dio un bote en el escudo del glorioso Menelao, pero no pudo atravesar el bronce: resintió el ancho escudo y quebróse la lanza por el asta cuando aquél se regocijaba en su corazón con la esperanza de salir victorioso. Pero el Atrida desnudó la espada guarnecida de argénteos clavos y asaltó a Pisandro; quien, cubriéndose con el escudo, aferró una hermosa hacha, de bronce labrado, provista de un largo y liso mango de madera de olivo. Acometiéronse, y Pisandro dio un golpe a Menelao en la cimera del yelmo, adornado con cirnes de caballo, debajo del penacho; y Menelao hundió su espada en la frente del teucro, encima de la nariz: crujieron los huesos, y los ojos, ensangrentados, cayeron en el polvo, a los pies del guerrero, que se encorvó y vino a tierra.
Homero, La Ilíada. Madrid, Akal. Akal bolsillo, primera edición, 1985. Página 251.
Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.
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