jueves, 25 de mayo de 2017

Tragedias II, Séneca

ACTO TERCERO (397)

Nodriza-Popea

     Nodriza.-- ¿A dónde diriges tus pasos, temblorosa, desde la alcoba de tu esposo, hija, o qué escondite buscas con esa turbación en tu rostro? ¿Por qué humedece le llanto tus mejillas? Ya no hay duda de que ha brillado el día ansiado en nuestras plegarias y votos: ya estás unida por la antorcha conyugal  a tu César, al que cautivó tu hermosura y, por culpa de Séneca, te lo entregó vencido la madre del Amor, la divinidad más poderosa, Venus.
     ¡Oh que bella, qué grandiosa te recostaste sobre el excelso lecho, aposentada en el palacio! Contempló pasmado tu hermosura el senado mientras ofrecías incienso a los dioses del cielo y rociabas con el vino del agradecimiento los sagrados altares, cubierta desde lo alto de la cabeza con el sutil velo nupcial.
     Y él, el <> unido estrechamente a tu costado, erguido entre los felices presagios de los ciudadanos, avanzó desbordando alegría en su porte soberbio y en su rostro: así, cuando ella emergió de las espumosas aguas del mar, recibió Peleo a su esposa Tetis, cuya boda dicen que celebraron los dioses celestiales y todas las divinidades del mar con igual asentimiento.
     ¿Que es lo que ha hecho cambiar súbitamente tu semblante? ¿Que es es palidez? ¿Que significan esas lágrimas? Explícamelo.
     POPEA.- Ofuscada por el miedo de la lúgubre visión de la noche pasada, ¡ay, nodriza!, soy arrastrada por la turbación de mi mente, sin darme cuenta de las cosas.
     Pues, cuando el día alegre dio paso a las estrellas de la oscuridad, y el claro cielo a la noche, estrechada entre los brazos de mi Nerón, me entrego al sueño. Y no pude gozar mucho tiempo de un descanso apacible. En efecto, me pareció que llenaba mi alcoba una afligida turba: con la melena suelta, unas madres latinas, entre lamentos, se daban golpes de duelo; en medio de un insistente y terrible sonido de trompetas, la madre de mi esposo,  con semblante amenazador, agitaba cruel la antorcha salpicada de sangre. Mientras voy detrás de ella, forzada por el miedo del momento, separándose de pronto la tierra ante mis pies, quedó abierta en una enorme grieta; cuando por allí me precipité, veo, asombrada, mi propio lecho conyugal y en el me eche extenuada.



       Tragedias II, Séneca. Madrid. Biblioteca Clásica Gredos, Edicion: 1988. Pag 397.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

No hay comentarios:

Publicar un comentario