SEGUNDA PARTE
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Cuatro días después de la visita de Nicolás, Pelagia se puso en camino para reunirse con él. Cuando el carro que la llevaba con sus dos baúles atravesó el arrabal y llegó al campo, volvióse ella y sintió que dejaba aquel lugar para siempre. Allí había transcurrido la época más sombría y penosa de su vida, y otra había empezado, llena de nuevos pesares y alegrías nuevas, que devoraba los días con rapidez.
Semejante e inmensa araña de color rojo oscuro. La fábrica se ostentaba en un terreno negro de hollín y levantaba muy arriba en el aire sus inmensas chimeneas. Casitas de obreros apiñábanse en derredor, que formaban, grises y chatas, grupo compacto a orillas del pantano, como si se miraran en él lastimosas con sus ventanitas empañadas. Entre ellas alzábase la iglesia, roja como la fábrica, y su campanario parecía menos alto que las chimeneas de los talleres.
Suspiró la madre, y se desabrochó el cuello del corpiño que le molestaba; estaba triste, pero con tristeza seca, como polvo en día de verano.
- ¡Arre!- murmuraba el carretero tirando de las riendas.
Era un hombre de edad indeterminada, con ojos incoloros y pelo castaño y desteñido. Con oscilación de caderas caminaba junto al carro, y bien se advertía, que fuese cual fuese el objeto de su viaje, le era indiferente en absoluto.
- ¡Arre!- decía con voz bronca, alargando de extraña manera las piernas torcidas, calzadas con pesadas botas llenas de barro.
Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 209-210.
Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.
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