lunes, 27 de enero de 2014

La Odisea, Homero, "Canto XII"



      Nuestro barco las aguas dejó del océano, el gran rio, y salió nuevamente a las olas del mar anchuroso avanzando a la isla de Eea, en que tiene sus casas y sus coros la Aurora temprana y el sol sus salidas. arribados, hicimos que el barco encallase en la arena y, saliendo nosotros de él, nos rendimos al sueño en la misma rompiente aguardando la Aurora divina.

      Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, envié por delante a mis hombres a casa de Circe que el cadáver trajeran de Élpenor mi amigo. Cortamos presurosos los leños y allá, sobre un gran promontorio que avanzaba en el mar, lo quemamos con lloros sin cuento.
      Reducido a cenizas que fue con sus armas y arreos, levantamos el túmulo y, puesta la estela, clavamos erigido en la cúspide el remo que vivo empuñara.

      En tal forma atendíamos nosotros a todo; mas Circe, al saber nuestra vuelta del Hades, llegó bien compuesta y solícita. Escolta le daban sus siervas cargadas de abundancia de pan y de carne y de vino espumoso.

       Colocándose en medio nos dijo la diosa entre diosas:
           '!Desdichados que en vida bajasteis a casa de Hades sometidos dos veces a muerte cuando una vez sola la padecen los otros! Mas, !ea¡ , bebed dulce vino y comed todo el dia; llegada la noche saldréis en la nave, que yo os mostraré vuestra ruta y remedio os daré contra toda funesta añagaza que os pueda producir nuevos daños en tierra o en mar.' Así dijo, persuadido quedó por su voz nuestro espíritu prócer y estuvimos sentados alli hasta el ocaso comiendo tasajos sin fin y bebiendo del vino esquisito.

Homero, La Odisea, Canto XII, Madrid, Editorial Gredos, 2000, páginas 189-190.
Seleccionado por Adrián Hernández García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

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