lunes, 31 de marzo de 2014

Cartas de mi molino, Alphonse Daudet

La cartera de Bixiou      

       Al ratito, continuó hablando:
       -¿Sabéis que me resulta todavía más terrible? No poder leer ya los periódicos. Hay que estar metido en la profesión para poder comprender esto... Algunos días, al anochecer, cuando vuelvo a casa me compro uno, simplemente por sentir ese aroma a papel húmedo y a noticias frescas... ¡Es tan agradable! ¡Y no tener a nadie que me las lea! mi mujer podría hacerlo, pero no quiere; según ella, en la sección de sucesos siempre se habla de cosas poco decentes... ¡Ah!, estas antiguas queridas, una vez casadas, son de lo más mojigato que hay. Desde que la he convertido en señora de Bixiou, ¡se ha vuelto de un místico!... Pues, ¿no quería darme en los ojos fricciones de agua de Lourdes? Y, además, el pan bendito, las cuestaciones, la Santa Infancia, las Misiones... ¡y qué sé yo cuántas cosas más!... Estamos hundidos hasta el cuello en las buenas obras... Sin embargo, una buena obra sería la de leerme el periódico. Pues bien, eso no, se niega totalmente... Si mi hija viviera con nosotros, ella sí me lo leería; pero, desde que me he quedado ciego la he internado en Notre-Dame-des-Arts, a fin de tener una boca menos que alimentar...
       -¡Y ésa es otra que también me procura satisfacciones! No hace todavía nueve años que ha venido al mundo, y ya ha tenido todas las enfermedades habidas y por haber... ¡Y qué triste!, ¡y qué fea!, más fea que yo, si cabe... ¡Un monstruito! ¡Qué le voy a hacer!, no he sabido hacer otra cosa en mi vida que caricaturas... Pero, ¡vaya!, ¡pues sí que estoy yo bueno, contándoos mis chismes familiares! ¿Qué puede importaros todo ello?... ¡Ea!, pasadme un poco, De aquí me voy a ir a Educación, y sus ordenanzas no tienen la sonrisa fácil. Todos ellos son antiguos profesores.
       Le serví su aguardiente. Empezó a paladearlo a pequeños sorbos, con gesto enternecido... De repente, no sé qué mosca le picaría, se levantó con su vaso en la mano, paseó un momento en torno suyo su cabeza de víbora ciega, con la amable sonrisa del señor que se dispone a pronunciar un discurso, y, con voz estridente, como el que va a arengar en un banquete de doscientos cubiertos, exclamó:
       -¡A las artes! ¡A las letras! ¡A la prensa!
       Y se sumergió en un brindis de diez minutos, la más frenética y maravillosa improvisación que jamás haya salido de aquel cerebro de payaso.



Alphonse Daudet, Cartas de mi molino, ed. Magisterio Español, col. Novelas y Cuentos, Madrid, 1976, páginas 110-111. Seleccionado por Sara Paniagua Núñez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.

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