lunes, 31 de marzo de 2014

El primo Basilio, Eça de Queirós

El primo Basilio

La noche era cálida, y con su inquietud y agitación la ropa de la cama se le había escurridoy sólo tenía una sábana encima. De vez en cuando, el cansancio la adormecía, pero en seguida se despertaba con pesadillas. Veía montones de libras brillando vagamente, mazos de billetes para cogerlos, pero las libras se ponían a rodar y a rodar como infinitas ruedecillas que se alejasen por un piso llano, y los billetes desaparecían volando, ingrávidos, con un burlón temblor de alas. O veía que alguien entraba en la sala, se inclinaba respetuosamente, se quitaba el sombrero y comenzaba a soltarle en el regazo libras, monedas de cinco mil reis y billetes y billetes, profusa, incansablemente. Pero ella no conocía a aquel hombre que se llevaba una peluca roja y una insolente perilla. ¿Sería el diablo? ¡Qué le importaba! ¡Era rica y estaba salvada! Se puso a llamar a Juliana a voces, a buscarla por un corredor que no acababa nunca y que se iba estrechando más cada vez hasta convertirse en una angustiosa hendidura por la que ella avanzaba de lado, respirando con dificultad siempre apretando contra el pecho el montón de libras que le ponía su frio metálico sobre la piel desnuda del pecho. Despertaba sobresaltada, y el contraste entre su miseria real y aquellas riquezas del sueño hacía que aumentase su amargura. ¿Quién podría ayudarla? ¡Sebastián! Sebastián era rico y era bueno. Pero ella, la mujer de Jorge, no podía llamarle y decirle: ''Préstame seiscientos mil reis''. ''¿Para qué, querida Luisa?'' Y ella tendría que decirle: ''Para rescatar unas cartas que escribí a mi amante'' ¡Eso no era posible! ¡Estaba perdida! ¡Solo le quedaba irse a un convento!
A cada instante daba la vuelta a la almohada porque sentía que le abrasaba el rostro. Se arrancó la toca de dormir y la tiró; se desparramó su larga cabellera y la sujetó de cualquier modo con unas horquillas; y tumbada boca arriba, con las manos bajo la nuca y los brazos desnudos al aire, se puso a pensar amargamente en la novela amorosa de aquel verano: la llegada de Basilio, el paseo por Campo Grande, la primera visita al Paraíso...
¿Por dónde andaría ahora aquel infame? Seguro que estaría durmiendo tranquilamente en el vagón del tren. ¡Y ella allí! ¡Con su agonía!
Apartó la sabana q la ahogaba. Y sin taparse, apenas destacándose en la blancura de la cama, se quedó dormida cuando empezaba a amanecer.



Eça de Queirós, El primo Basilio. Editorial Planeta, Barcelona 1981, página 248.
 Seleccionado por Adrián Hernández García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario