lunes, 31 de marzo de 2014

Nana, Emile Zola

IX

       Se ensayaba La duquesita en el Variétés. Acababan de leer el primer acto e iban a empezar el segundo. En proscenio, sentados en viejas sillas, Fauchery y Bordenave discutían mientras el apuntador, el tío Cossard, un jorobado muy bajito, hojeaba el manuscrito, sentado en una silla de paja, con un lápiz entre los labios.
       -¡Bueno!¿A qué esperamos? -gritó de pronto Bordenave, dando furiosos golpes en las tablas con la punta de su grueso bastón-. Barillot, ¿por qué no empiezan?
       -Falta el señor Bosc, ha desaparecido -contestó Barillot, que hacía de segundo regidor.
       Estalló entonces una verdadera tormenta. Todo el mundo llamaba a Bosc. Bordenave renegaba.
       -¡Maldita sea! Siempre pasa lo mismo. Ya pueden sonar timbres, que nadie está en su sitio... Y luego, a protestar, si hay que quedarse, pasadas las cuatro.
       Pero llegaba Bosc tan campante.
       -¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué quieren? ¡Ah, que me toca a mí! Haberlo dicho... Venga, Simonne, da la entrada: "Llegan los invitados", y entro... ¿Por dónde entro?
       -¿Por dónde va a ser? ¡Por la puerta! -exclamó Fauchery irritado.
       -Sí, pero ¿dónde está la puerta?
       Bordenave la tomó esta vez con Barillot, empezando a renegar y a hundir de nuevo las tablas con el bastón.
       -¡Maldita sea! Había dicho que pusieran una silla ahí, para figurar la puerta. Todos los días estamos igual... ¡Barillot! ¿Dónde está Barillot? ¡Otro que se larga! ¡Aquí se larga todo Dios!
       Sin embargo, fue el propio Barillot a colocar la silla, mudo, encogido bajo el temporal. Y empezó el ensayo. Simonne, con sombrero y envuelta en sus pieles, hacía ademanes de criada que limpia los muebles. Se interrumpió para decir:
       -¿ Sabéis que no hace nada de calor? Yo no saco las manos del manguito.
       Luego, cambiando de voz, recibió a Bosc con un ligero grito:
       -¡Ay! Si es el señor conde. Es usted el primero, señor conde, y se alegrará mucho la señora.
       Bosc llevaba un pantalón sucio de barro, un enorme gabán amarillo y una inmensa bufanda enrollada al cuello. Con las manos en los bolsillos y la cabeza cubierta con un sombrero viejo, dijo, son declamar, con voz sorda y cansina:
       -No molestes a su señora, Isabelle; quiero darle una sorpresa.
       Siguió el ensayo. Bordenave, ceñudo, hundido en su butaca, escuchaba con aire de fastidio. Fauchery, nervioso, cambiaba de postura, a cada momento le entraban ganas de interrumpir, pero se aguantaba. Oyó cuchicheos detrás, en la sala oscura y vacía.
       -¿Ha venido? -pregunto, inclinándose hacia Bordenave.
       Éste respondió afirmativamente, bajando la cabeza. Nana, antes de aceptar el papel de Géraldine que le ofrecía, había querido ver la obra, pues no estaba muy decidida a hacer otro papel de cocotte. Ella soñaba con un papel de mujer honrada. Se escondía en la oscuridad de un palco de platea, con Labordette, que la ayudaba cuanto podía cerca de Bordenave. Fauchery echó una ojeada y volvió a atender al ensayo.


Emile Zola, Nana, editorial Planeta, colección Clásicos Universales Planeta, Barcelona, 1985, páginas 221-223. Seleccionado por Paloma Montero Jiménez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.

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