Capítulo séptimo: La promesa
Era Morrel, en efecto, que, desde la víspera,no vivía ya; con ese instinto particular de los amantes y de las madres, había adivinado que, a consecuencia de la vuelta de la señora de Saint-Merán y de la muerte del marqués, iba a ocurrir algo en casa de Villefort que afectaría a su amor.
Como se verá, sus presentimientos se habían realizado, y ya no era una simple inquietud lo que le llevó tan preocupado y tembloroso a la valla.
Pero Valentina no estaba prevenida de la visita de Morrel; no era aquella la hora en que solía venir, y fue una pura casualidad, o si se quiere mejor, una feliz simpatía la que le condujo al jardín.
En cuanto se presentó en él, Morrel la llamó; ella corrió a la valla.
-¿Vos a esta hora? -dijo.
-Sí, pobre amiga mía -respondió Morrel-; vengo a traer y a buscar malas noticias.
-¡Esta es la casa de la desgracia! -dijo Valentina-; hablad, Maximiliano; pero os aseguro que la cantidad de dolores es bastante crecida.
-Escuchadme, querida Valentina -dijo Morrel procurando contener su emoción para poderse explicar-, os lo suplico, porque todo lo que voy a decir es solemne: ¿cuándo piensan casaros?
-Escuchad -dijo a su vez Valentina-, no quiero ocultaros nada, Maximiliano. Esta mañana se ha hablado de mi boda, y mi abuela,con la que contaba yo como un poderoso aliado, no solamente se ha declarado a su favor, sino que la desea hasta tal punto, que en cuanto llegue el señor d'Epinay será firmado el contrato.
Alexandre Dumas, El conde de Montecristo, www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Clásicos%20en%20Español/Alejandro%20Dumas/El%20conde%20de%20Montecristo.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.
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