viernes, 12 de febrero de 2016

El conde de Montecristo, Alexandre Dumas


   Capítulo séptimo: La promesa

   Era Morrel, en efecto, que, desde la víspera,no vivía ya; con ese instinto particular de los amantes y de las madres, había adivinado que, a consecuencia de la vuelta de la señora de Saint-Merán y de la muerte del marqués, iba a ocurrir algo en casa de Villefort que afectaría a su amor.

   Como se verá, sus presentimientos se habían realizado, y ya no era una simple inquietud lo que le llevó tan preocupado y tembloroso a la valla.

   Pero Valentina no estaba prevenida de la visita de Morrel; no era aquella la hora en que solía venir, y fue una pura casualidad, o si se quiere mejor, una feliz simpatía la que le condujo al jardín.

    En cuanto se presentó en él, Morrel la llamó; ella corrió a la valla.


    -¿Vos a esta hora? -dijo.

    -Sí, pobre amiga mía -respondió Morrel-; vengo a traer y a buscar malas noticias.

   -¡Esta es la casa de la desgracia! -dijo Valentina-; hablad, Maximiliano; pero os aseguro que la cantidad de dolores es bastante crecida.

   -Escuchadme, querida Valentina -dijo Morrel procurando contener su emoción para poderse explicar-, os lo suplico, porque todo lo que voy a decir es solemne: ¿cuándo piensan casaros?

   -Escuchad -dijo a su vez Valentina-, no quiero ocultaros nada, Maximiliano. Esta mañana se ha hablado de mi boda, y mi abuela,con la que contaba yo como un poderoso aliado, no solamente se ha declarado a su favor, sino que la desea hasta tal punto, que en cuanto llegue el señor d'Epinay será firmado el contrato.

Alexandre Dumas, El conde de Montecristo,  www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Clásicos%20en%20Español/Alejandro%20Dumas/El%20conde%20de%20Montecristo.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


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