Al terminar la tarde, Elinor había descubierto que la naturaleza de una persona no se modifica materialmente con un cambio de residencia; pues aunque recién se habían instalado en la ciudad, sir John había conseguido reunir a su alrededor a cerca de veinte jóvenes y entretenerlos con un baile. Lady Middleton, sin embargo, no aprobaba esto. En el campo, un baile improvisado era muy aceptable; pero en Londres, donde la reputación de elegancia era más importante y más difícil de ganar, era arriesgar mucho, para complacer a unas pocas muchachas, que se supiera que lady Middleton había ofrecido un pequeño baile para ocho o nueve parejas, con dos violines y un simple refrigerio en el aparador.
El señor y la señora Palmer formaban parte de la concurrencia; el primero, al que no habían visto antes desde su llegada a la ciudad dado que él evitaba cuidadosamente cualquier apariencia de atención hacia su suegra y así jamás se le acercaba, no dio ninguna señal de haberlas reconocido al entrar. Las miró apenas, sin parecer saber quiénes eran, y a la señora Jennings le dirigió una mera inclinación de cabeza desde el otro lado de la habitación. Marianne echó una mirada a su alrededor no bien entró; fue suficiente: él no estaba ahí... y luego se sentó, tan poco dispuesta a dejarse entretener como a entretener a los demás. Tras haber estado reunidos cerca de una hora, el señor Palmer se acercó distraídamente hacia las señoritas Dashwood para comunicarles su sorpresa de verlas en la ciudad, aunque era en su casa que el coronel Brandon había tenido la primera noticia de su llegada, y él mismo había dicho algo muy gracioso al saber que iban a venir.
-Creía que las dos estaban en Devonshire -les dijo.
-¿Sí? -respondió Elinor.
-¿Cuándo van a regresar?
-No lo sé.
Y así terminó la conversación.
Nunca en toda su vida había estado Marianne tan poco deseosa de bailar como esa noche, y nunca el ejercicio la había fatigado tanto. Se quejó de ello cuando volvían a Berkeley Street.
-Ya, ya -dijo la señora Jennings-, sabemos muy bien a qué se debe eso; si una cierta persona a quien no nombraremos hubiera estado allí, no habría estado ni pizca de cansada; y para decir verdad, no fue muy bonito de su parte no haber venido a verla, después de haber sido invitado.
-¡Invitado! -exclamó Marianne.
-Así me lo ha dicho mi hija, lady Middleton, porque al parecer sir John se encontró con él en alguna parte esta mañana.
Jane Austen, Sentido y sensibilidad, www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Austen,%20Jane%20-%20Sentido%20y%20sensibilidad%20%5BDOC%5D.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.
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