Las vacas marinas se habían separado y
comían perezosamente cerca de las playas
más hermosas que Kotick había visto jamás.
Había largas extensiones de rocas perfectamente
lisas, maravillosamente dispuestas para
la instalación de criaderos. Detrás había
terrenos, aptos para jugar, de arena dura,
que se remontaban suavemente hacia el interior.
Y rompientes magníficos para el baile.
Y una hierba blanda sobre la que podrían revolcarse.
Y dunas que subir y bajar. Y lo mejor
de todo, algo que Kotick supo en cuanto
tocó el agua, que jamás ha engañado a un
auténtico garra del mar: que el hombre jamás
había puesto el pie allí.
Lo primero que hizo fue asegurarse de que
las aguas eran abundantes en peces. Luego,
bordeó las playas y reconoció las islas, encantadoras,
bajas y de arena perfecta, disimuladas
por la niebla, que desprendía infinitas
tonalidades. Hacia el norte, lejos, se veía
claramente una franja de arena, escollos y
rocas. Eso impediría que un barco se acercase
a la playa a menos de seis millas. Entre las
islas y la zona de tierra más extensa había un
canal profundo, que corría casi paralelo y
muy cercano a los acantilados de la costa.
Bajo éstos se abría el túnel de acceso.
«Es otro Novastosna, pero diez veces mejor»,
se dijo Kotick. Vaca Marina debe ser
más inteligente de lo que yo pensaba. Los
hombres no podrían descender por estos
acantilados, eso en el caso de que hubiera
hombres por aquí. Y los bajíos costeros harían pedazos cualquier barco. Si hay algún lugar
seguro en la superficie de los mares, sin
duda éste es el mejor.»
Kipling, Rudyard, http://www.bibliotecaspublicas.es/donbenito/imagenes/Rudyard_Kipling_-_El_libro_de_la_Selva_-_v1.0.pdf
Seleccionado por Paola Moreno Díaz, Segundo de bachillerato, Curso 2015-2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario