Ni siquiera abrigaba la menor idea de que hubiesen existido. Yo era aún una niña, acababan de enterrar a mi padre, y se debía mi congoja a que, por mandato de Hindley, me habían separado de Heathcliff. Me hallaba sola por primera vez, y despertando de un terrible letargo después de toda una noche de llorar sin descanso. levanté las manos para descorrer las tablas del lecho. La mano dio contra el tablero de esa mesa. Entonces pasé la mano por la alfombra y recuperé de golpe la memoria. La congoja que acababa de sentir se ahogó en un paroxismo de desesperación. No sabría explicar por qué me sentía tan profundamente desdichada. debía estar bajo los efectos de una perturbación pasajera, puesto que ahora no veo la razón. Pero comprende que hace doce años que me arrancaron del hogar donde se desarrolló mi infancia, de Cumbres Borrascosas, del lugar que lo suponía todo para mí, como para Heathcliff entonces, y me vi transformada de pronto en señora Linton, la dueña de la Granja de los Tordos; en la mujer de un extraño, proscrita, trasplantada, por tanto, de lo que había constituido mi mundo. ¡Ya puedes darte idea del abismo en qué me sentí sumida! Mueve cuanto quieras la cabeza, Nelly. Has contribuido a perturbarme el cerebro. debiste haber hablado a Edgar. Ten la seguridad que debiste hacerlo y obligarle a que me dejase en paz. ¡Ah, estoy ardiendo! Quisiera estar fuera. Quisiera volver a ser aquella niña medio salvaje, intrépida y libre, que se burlaba de las ofensas en vez de enloquecer. ¿Por qué habré cambiado tanto? ¿Por qué hay palabras que hacen que me hierva la sangre con tan infernal violencia? Estoy convencida de que sería nuevamente la misma que era, si estuviese en los matorrales de las lomas. Vuelve a abrir la ventana..., ¡de par en par!...¡Y déjala abierta! Date prisa..., ¿Por qué no te mueves?
-Porque no quiero matarla de frío.
-Di, mas bien, que no quieres dejarme que viva -dijo con tristeza-. Pero, después de todo, todavía no me encuentro impedida; yo misma abriré.
Y deslizándose del lecho antes que yo pudiera evitarlo, atravesó la habitación con paso vacilante, abrió la ventana de par en par y se asomó sin preocuparse de aire helado y cortante como un cuchillo. Le supliqué que se metiera dentro y, por último, traté de obligarla. Pero he de confesar que la fuerza que le daba el delirio superaba con mucho la mía. (Tenía el delirio y me convencí luego, por sus extraviados actos.) No había luna y todo estaba sumido en brumosa oscuridad. ni cerca ni lejos brillaba la luz de una sola casa; hacia tiempo que todas se habían apagado, y las Cumbres Borrascosas no se podían ver desde allí. Sin embargo, afirmaba ella que distinguía sus resplandores.
Brontë, Cumbres borrascosas, Barcelona, Editorial Planeta S. A., 1994, Página 99.
Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, primero de bachillerato, curso 2016-2017
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