jueves, 20 de abril de 2017

Guillermo Tell, Friedrich von Schiller

       CARLOS.     ¡Amigo ensangrentado, perdona que lo profane ante tales oídos! Pero que ese gran conocedor de hombres se muera de vergüenza al ver que la inteligencia de un joven ha sido mas sagaz que su saber gris. ¡Si, señor! ¡Éramos hermanos! Hermanos por un vínculo más noble que los que forja la naturaleza. El bello curso de su vida era amor. Amor por mí, su muerte grande y bella. Mio era él, cuando vos os jactabais de su estima, cuando su elocuencia traviesa jugaba con vuestro espíritu gigantesco y orgulloso. Creíais dominarle...y erais un dócil instrumento de sus planes superiores. El que yo esté prisionero ha sido la obra minuciosamente calculada y ponderada de su amistad. Para salvarme escribió la carta de Orange... ¡Oh, Dios! ¡Ha sido la primera mentira de su vida! Para salvarme se ha arrojado y ha salido al encuentro de la muerte que ha padecido. Vos le concedisteis el don de vuestro favor... El ha muerto por mí. Vos le obligasteis a aceptar vuestro corazón y vuestra amistad, vuestro cetro era juguete de sus manos; ¡él lo arrojó y ha muerto por mí! (El rey está inmovil, con la mirada clavada fijamente en el suelo. Todos los grandes están perplejos y atemorizados, a su alrededor). ¿Y ha sido posible? ¿habéis podido dar crédito a ese burdo engaño? ¡Qué estima tan baja tuvo que tener de vos, cuando pensó que os engañaría con ese burdo escamoteo! ¡Os atrevisteis a aspirar a su amistad, y habéis sucumbido a esa ligera prueba! Oh, no... no, eso no era algo para vos. ¡Ése no era un hombre para vos! Él mismo lo sabia muy bien, cuando os rechazó con todas las coronas. Ese arpa delicada se os ha roto en vuestras manos metálicas. No habéis podido hacer otra cosa más que asesinarle.
       ALBA (hasta ahora no ha perdido de vista al rey, y observa con visible intranquilidad las emociones que aparecen en su rostro. Ahora se acerca a él medrosamente). Señor... dejad ese silencio funeral. Mirad a vuestro alrededor. Hablad con nosotros.
       CARLOS.  Vos le erais indiferente. hace tiempo que poseíais su simpatía. ¡Quizás! Él os habría hecho aún feliz. Su corazón era lo suficientemente rico para satisfaceros con su sobreabundancia, incluso a vos. Una chispa de su espíritu os habría convertido en un dios. Vos mismo habéis robado... ¿Qué ofreceréis para reemplazar un alma como ésa era? (silencio profundo, muchos de los grandes apartan la vista u ocultan el rostro en sus capas.) Oh, vosotros que estáis reunidos aquí y que enmudecéis de espanto de asombro... no condenéis al joven que habla así con su padre y con su rey... ¡Mirad acá! ¡Él ha muerto por mí! ¿Tenéis lágrimas? ¡Corre sangre, y no bronce incandescente, por vuestras venas? ¡Mirad acá y no me condenéis! (Se dirige al rey con más dominio de sí y serenidad.) ¿Esperáis vos acaso cómo va a acabar esta historia desnaturalizada?... Aquí está mi espada. Vos sois de nuevo mi rey. ¿Pensáis que tiemblo ante vuestra venganza? Asesinadme también a mí, lo mismo que habéis asesinado al más noble de todos. Mi vida está perdida. Lo sé. ¿Qué es la vida ahora para mí? Aquí renuncio a todo lo que en este mundo me espera. Buscaos un hijo entre los extraños... Ahí están mis reinos... (Cae junto al cadáver, sin tomar parte en lo que sigue. Entretanto se oye de lejos un tumulto confuso de voces y de muchos hombres que se agolpan. En torno al rey se ha hecho un silencio profundo. Sus ojos recorren todo el círculo, pero nadie sostiene su mirada.) 
       REY.  Bueno. ¿No quiere contestar nadie?... ¡Todas las miradas en el suelo... todos los rostros cubiertos!... Mi sentencia ha sido pronunciada. En esos mudos ademanes la leo. Mis vasallos me han juzgado. (Un silencio como el de antes. El tumulto se acerca y sube de tono. A través del círculo de los grandes corre un murmullo, se hacen señas de perplejidad; el conde de Lerma le da ligeramente con el codo al duque de Alba.) 
       LERMA. ¡Efectivamente! ¡Es una rebelión!
       ALBA. (en voz baja). Eso es lo que me temo.
       LERMA. Fuerzan las puertas y suben. Ya están aquí.


       Friedrich von Schiller, Guillermo Tell, Barcelona, Editorial Planeta S.A., 1994, página 147,148 y 149.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

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