II
El párroco era un hombre amable de unos sesenta años, consciente de su deber, y personalmente reducido casi a la nulidad por el mundo, ¡déjame en paz! de la gente del pueblo. Las mujeres de los mineros eran casi todas metodistas. Los mineros no eran nada. Pero aun así, el uniforme oficial del cura bastaba para ocultar enteramente el hecho de que era un hombre como cualquier otro. No, él era el señor Ashby, una especie de aparato automático para predicar y rezar.
El obstinado, instintivo <<¡Nos consideramos tanto como usted, por muy lady Chatterley que sea!>>, confundió y desconcertó al principio a Connie. La rara, sospechosa y falsa amabilidad con que las esposas de los mineros acogía sus atenciones; el extrañamente ofensivo matiz del <<¡Válgame Dios! ¡Qué importante soy, con lady Chatterley dirigiéndome la palabra! ¡Pero que no se crea ella por eso que es más que yo!>>, que siempre notaba como tiñendo las medio aduladoras palabras de las mujeres, era insufible. No había forma de soportarlo. Era irremisible e injuriosamente contestatario.
Lawrence D.H., El amante de lady Chatterley, Madrid, Bibliotex, S.L., 1960 Página: 23
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015
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