Digámoslo en voz alta. Ha llegado el tiempo en que la libertad, como la luz, penetrando
por todas partes, penetra también en las regiones del pensamiento. Es preciso inutilizar
por inservibles las teorías, las poéticas y los sistemas. Hagamos caer la antigua capa de
yeso que ensucia la fachada del arte. No debe haber ya ni reglas ni modelos; o mejor
dicho, no deben seguirse más que las reglas generales de la naturaleza, que se ciernen
sobre el arte, y las leyes especiales que cada composición necesita, según las condiciones
propias de cada asunto. Las primeras son interiores y eternas, y deben seguirse siempre;
las segundas son exteriores y variables, y sólo sirven una vez. Las primeras son las vigas
de carga que sostienen la casa, y las segundas son los andamios que sirven para
edificarla y que se hacen de nuevo para cada edificio; unas son el esqueleto y otras la
vestidura del drama. Estas reglas, sin embargo, no están escritas en los tratados de
poética. El genio, que adivina más que aprende, extrae para cada obra las primeras reglas
del orden general de las cosas, las segundas del conjunto aislado del asunto, que trata, no
como el químico que enciende el hornillo, sopla el fuego, calienta el crisol, analiza y
destruye, sino como la abeja, que vuela con alas de oro, se posa sobre las flores y extrae
la miel, sin que los cálices pierdan su brillo ni las corolas su perfume.
Victor Hugo, Cromwell, Barcelona, Vicens Vives, ed. 2, pág. 25
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.
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