Continuamente, y de mil maneras, experimentaba los innumerables tormentos que
para ella había ideado la sentencia imperecedera del tribunal puritano. Los ministros del
altar se detenían en medio de la calle para dirigirle palabras de exhortación, que atraían
una multitud implacable alrededor de la pobre pecadora. Si entraba en la iglesia los
domingos, confiada en la misericordia del Padre Universal, era con frecuencia, por su
mala suerte, para verse convertida en el tema del sermón. Llegó a tener un verdadero
terror de los niños, que habían concebido, gracias a las conversaciones de sus padres, una
vaga idea que había algo horrible en esa triste mujer que se deslizaba silenciosa por las
calles de la población, sin otra compañía que su única niña. Por lo tanto, dejándola al
principio pasar, la perseguían después a cierta distancia con agudos chillidos
pronunciando una palabra cuyo sentido exacto no podían ellos comprender, pero que no
por eso era menos terrible para Ester, por venir de labios que la emitían
inconscientemente. Parecía indicar una difusión tal de su ignominia, como si esta fuera
conocida de toda la naturaleza; y no le habría causado pesar mas profundo si hubiera oído
a las hojas de los árboles referirse entre sí la sombría historia de su caída, y a las brisas del
verano contarla entre susurros, o a los ábregos del invierno proclamarla con sus voces
tempestuosas.
Otra especie de tortura peculiar que experimentaba la pobre mujer era cuando veía
un nuevo rostro, cuando personas extrañas fijaban con curiosidad las miradas en la letra
escarlata, lo que ninguna dejaba de hacer y era para ella como si le aplicasen un hierro
candente al corazón. Entonces apenas podía contener el impulso de cubrir el símbolo fatal
con las manos, aunque nunca llegó a hacerlo. Pero las personas acostumbradas a
contemplar aquel signo de ignominia, podían hacerla sufrir también intensa agonía. Desde
el primer momento en que la letra formó parte integrante de su vestido, Ester había
experimentado el terror secreto que un ojo humano estaba siempre fijo en el triste
emblema: su sensibilidad en ese particular, lejos de disminuirse con el tiempo, era cada
vez mayor, merced al tormento cotidiano que sufría.
Un lugar común de los estudiantes de Literatura Universal donde publicamos una antología de textos seleccionados por nosotros mismos con el fin de aprender a conocernos mejor a través de los más variados personajes que pueblan el universo literario.
viernes, 8 de abril de 2016
La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne
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