jueves, 15 de diciembre de 2016

Amores, Ovidio

                                                                  Libro II,
                                                                       9
 
     Suplica a Cupido para que, una vez que el poeta se le ha sometido, deje ya de asediarle sin tregua

     ¡Oh Cupido, nunca satisfecho en tu ira contra mí, oh niño aposentado perezosamente en mi corazón! ¿Por qué me molestas a mí que, soldado tuyo, nunca he abandonado tu bandera, y por qué me hieres en mi propio campamento?.¿Por qué tu antorcha abrasa a los amigos y tu arco los saetea? Mayor gloria sería para ti vencer a los que se te oponen. ¿Qué? ¿ No ayudó el héroe de Hemonia con su ciencia médica al herido, después de haberlo atravesado con su lanza?. El cazador persigue lo que huye pero deja lo que ha cazado y siempre busca algo que añadir a lo encontrado. Nosotros, pueblo rendido a tus pies, somos quienes experimentamos tus armas, mientras que tu mano perezosa se retira del enemigo que te hace frente. ¿Por qué disfrutas al embotar en huesos descarnados tus dardos ganchudos?, pues descarnador me dejó los huesos el Amor.

     ¡Hay tantos hombres sin amor, tantas mujeres sin amor!, de ellos podías obtener un triunfo con mucha gloria. Roma, si no hubiese desplegado sus fuerzas por el mundo entero, aún ahora estaría hecha de cabañas cubiertas de paja.

     Después de haberse fatigado, el soldado marcha a los campos que le han concedido, al caballo se le deja ir libre de ataduras a los pastizales; amplios astilleros protegen a la nave de pino sacada a tierra; y se reclama la inofensiva espada de madera una vez usada la metálica. También para mí, que tantas he servido en el amor de una mujer, sería ya el tiempo de jubilarme y vivir tranquilamente.






     Ovidio, Amores, Madrid, Edt. GREDOS. Biblioteca básica gredos, 2001. 139 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

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