jueves, 15 de diciembre de 2016

La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe

 22. Pelotitas de Styrofoam


Sherman se volvió hacia la izquierda, pero enseguida comenzó a dolerle la rodilla de ese lado, como si el peso de la pierna derecha le hubiese cortado la circulación. El corazón de latía a notable velocidad. Se volvió hacia la derecha. El canto de la mano derecha se le quedó metido debajo de la mejilla derecha. Era como si sintiese necesidad de sostenerse la cabeza, como si no bastara con la almohada, pero eso era absurdo y, de todos modos, ¿cómo iba a dormir con la mano debajo de la cara? Algo más veloz que de costumbre, sólo eso... No se le había encabritado... Se volvió otra vez hacia la izquierda  y luego rodó hasta ponerse boca abajo, pero eso le ponía en tensión los riñones, de manera que volvió a apoyarse sobre el lado derecho. El corazón le latía ahora a mayor velocidad que antes. Pero el pulso era regular. Aún lo controlaba.
     Resistió la tentación de abrir los ojos y comprobar cuál era la intensidad de la luz que se colaba por debajo  de las cortinas romanas. Generalmente, al amanecer aparecía una línea de claridad, así que era fácil adivinar si eran las cinco y media o las seis en esta época del año. ¡Y si ya estuviese haciéndose  de día! Imposible. No podía ser más de las tres. A lo peor, las tres y media. ¡Pero quizá había dormido una hora sin enterarse! ¿Y si la línea de claridad...?
     No pudo resistirno más. Abrió los ojos. Gracias a Dios, aún era de noche; aún no había peligro.
     Tras eso... el corazón dio una sacudida y escapó sin control. Se puso a latir a una velocidad y con una fuerza increíbles, como si pretendiera escapar de la jaula de sus costillas. Todo su cuerpo se estremecía. ¿Qué importaba que le quedaran todavía unas horas para seguir tumbado, revolviéndose, o que ya fuese la hora de...?
     Van a meterme en la cárcel.
  


        Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades, Barcelona, Anagrama, Panorama de Narrativas, primera edición, 1988, páginas 425-426.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017.

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