jueves, 16 de febrero de 2017

Cándido y otros cuentos, Voltaire

       Cuando hubieron pasado los primeros estragos de aquella espantosa peste, los esclavos del rey fueron vendidos. Un mercader me compró y me llevó a Tunez; fui vendida a otro mercader, quien me revendió en Trípoli: de Trípoli pasé a Alejandría, donde fui revendida una vez más; de allí a Esmirna, y de Esmirna a constantinopla, siempre cambiando de dueño. Por fin pasé a manos de un agá de los jenízaro, a quien no tardó en encomendarse la defensa de Azov contra los rusos, que la estaban sitiando.
       El agá, que era un hombre muy galante, se llevó consigo a todo su serrallo, y nos alojó en un fortín que dominaba el Palus-Meótides, custodiado por dos eunucos negros y veinte soldados. Se dio muerte a una cantidad prodigiosa de rusos, pero éstos se vengaron cumplidamente. Los enemigos entraron en Azov a sangre y fuego, y no respetaron ni el sexo ni la edad; sólo quedó nuestro fortín; los rusos quisieron hacernos rendir por el hambre. Los veinte jenízaros habían jurado no rendirse nunca. El hambre les obligó a comerse a nuestros dos eunucos, por miedo a violar su juramento. Al cabo de algunos días, decidieron comerse a las mujeres.
       Había allí un imán muy piadoso y compasivo, que les hizo un bello sermón, con el que les convenció de no matarnos del todo. "Cortad tan solo- les dijo- una nalga a cada una de estas señoras, y así obtendréis un excelente plato; si la situación lo requiere, podréis disponer de una cantidad igual de carne en pocos días; el cielo os agradecerá una acción tan caritativa, y habréis satisfecho vuestras necesidades.


Voltaire, Cándido y otros cuentos, Barcelona, editorial Planeta S.A., 1994, Página 33
      Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, primero de bachillerato. Curso 2016-2017

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