ACTO CUARTO
EDIPO-YOCASTA
EDIPO. -Mi alma da vueltas a sus preocupaciones e insiste en sus temores. Los de arriba y los de abajo afirman que la muerte de Layo ha sido un crimen mío, mas, por el contrario, mi alma, inocente, que se conoce a sí misma mejor que los diosas, se niega.
Vuelve a mi memoria entre borrosos recuerdos que cayó a golpes de mi bastón y fue enviado a Dite uno que se cruzó en el camino; fue cuando a mí, en plena juventud, un viejo me iba a atropellar primero, arrogante con su carro; lejos de Tebas, en una región de Fócide, donde el camino se divide en tres ramales.
Esposa de mi alma, aclárame esta incertidumbre, te lo ruego: ¿qué espacio de su vida había recorrido Layo al morir? ¿Cayó en el verdor de la juventud o en la edad ya achacosa?
YOCASTA. -Entre viejo y joven, pero más bien viejo.
EDIPO. -¿Rodeaba al rey una nutrida muchedumbre?
YOCASTA. -A la mayoría los hizo equivocarse la trifurcación del camino; fueron pocos a los que mantuvo unidos al carro su leal afán.
EDIPO. -¿Cayó alguno compartiendo el destino del rey?
YOCASTA. -Sólo a uno lo hicieron participar de dicha muerte su lealtad y su valor.
EDIPO. -Ya tengo al culpable. coincide el número, el lugar... Pero dime ya la fecha.
YOCASTA. -Ésta es ya la décima mies que se siega.
ANCIANO de Corinto-EDIPO
ANCIANO. -El pueblo de Corinto te recla,a para el trono de tu padre. Pólibo ha alcanzado ya el descanso eterno.
EDIPO. -¡Cómo se precipita desde todas partes la Fortuna cruel sobre mí! Dime en seguida de qué tipo de muerte ha caído mi padre.
ANCIANO. -Un apacible sueño ha puesto din a su vida de anciano.
EDIPO. -Mi padre yace muerto sin que haya mediado asesinato alguno. Que quede bien claro, ya que es lícito levantar piadosamente hacia el cielo mis manos puras y sin temor a ningún crimen. Pero queda aún la parte más temible de mis hados.
ANCIANO. -Los reinos paternos disiparán todo su temor.
EDIPO. -Volveré a los reimos paternos..., pero me da horror mi madre.
ANCIANO. -¿Tienes miado a una madre que espera ansiosamente tu regreso?
EDIPO. -Precisamente es mi amor de hijo lo que me hace huir.
ANCIANO. -¿La vas a dejar en su viudez?
EDIPO. - Justo acabas de tocar en el meollo de mis temores.
ANCIANO. -Dime qué temor profundamente escondido oprime tu espíritu. Tengo por norma prestar muda lealtad a los reyes.
EDIPO. -Me estremezco ante el matrimonio con mi madre que me presagió el oráculo de Delfos.
ANCIANO. -Déjate de temer cosas sin fundamento y dales de lado a esos miedos vergonzosos. Mérope no era tu verdadera madre.
EDIPO. -¿Y qué recompensa buscaba ella con un hijo falso?
ANCIANO. -Los hijos estrechan los lazos de fidelidad de los soberbios reyes.
EDIPO. -Di cómo te has enterado de los secretos de un matrimonio.
ANCIANO. -Estas manos te entregaron a ti de pequeño a tu madre.
EDIPO.-Tú me entregaste a mi madre, pero ¿quién me entregó a ti?
ANCIANO.-Un pastor al pie de la nevada cumbre del Citerón.
EDIPO. -Y a aquellos bosques ¿qué azar te llevó a ti?
ANCIANO. -Yo iba por aquel monte tras mis cornudos rebaños.
EDIPO. -Añade entonces algunas marcas distintivas de mi cuerpo.
ANCIANO. -Llevabas los pies atravesados por un hierro; de su deforme hinchazón has tomado tu nombre.
EDIPO. -¿Quién fue el que te hizo entrega de mi cuerpo? Quiero saberlo.
ANCIANO. -Estaba apacentando los rebaños reales, por debajo de él, a sus órdenes, había una tropa de pastores.
EDIPO. -Dime el nombre
ANCIANO. -Los recuerdo lejanos se difuminan en los ancianos, perdiéndose entre las ruinas de un largo abandono.
EDIPO. -¿Puedes reconocer al hombre por los rasgos de su cara?
ANCIANO. -Quizás lo conozca: muchas veces un recuerdo borrado y sepultado por el tiempo lo evoca una ligera señal.
EDIPO. -Que se acorrale junto al altar de los sacrificios todo el ganado y vengan tras él los que lo guían. Vamos, criados, convocad rápidamente a aquellos que tiene a su cargo todos mis rebaños.
EDIPO. -Me estremezco ante el matrimonio con mi madre que me presagió el oráculo de Delfos.
ANCIANO. -Déjate de temer cosas sin fundamento y dales de lado a esos miedos vergonzosos. Mérope no era tu verdadera madre.
EDIPO. -¿Y qué recompensa buscaba ella con un hijo falso?
ANCIANO. -Los hijos estrechan los lazos de fidelidad de los soberbios reyes.
EDIPO. -Di cómo te has enterado de los secretos de un matrimonio.
ANCIANO. -Estas manos te entregaron a ti de pequeño a tu madre.
EDIPO.-Tú me entregaste a mi madre, pero ¿quién me entregó a ti?
ANCIANO.-Un pastor al pie de la nevada cumbre del Citerón.
EDIPO. -Y a aquellos bosques ¿qué azar te llevó a ti?
ANCIANO. -Yo iba por aquel monte tras mis cornudos rebaños.
EDIPO. -Añade entonces algunas marcas distintivas de mi cuerpo.
ANCIANO. -Llevabas los pies atravesados por un hierro; de su deforme hinchazón has tomado tu nombre.
EDIPO. -¿Quién fue el que te hizo entrega de mi cuerpo? Quiero saberlo.
ANCIANO. -Estaba apacentando los rebaños reales, por debajo de él, a sus órdenes, había una tropa de pastores.
EDIPO. -Dime el nombre
ANCIANO. -Los recuerdo lejanos se difuminan en los ancianos, perdiéndose entre las ruinas de un largo abandono.
EDIPO. -¿Puedes reconocer al hombre por los rasgos de su cara?
ANCIANO. -Quizás lo conozca: muchas veces un recuerdo borrado y sepultado por el tiempo lo evoca una ligera señal.
EDIPO. -Que se acorrale junto al altar de los sacrificios todo el ganado y vengan tras él los que lo guían. Vamos, criados, convocad rápidamente a aquellos que tiene a su cargo todos mis rebaños.
Séneca, Tragedias II, Madrid, Editorial Gredos, páginas 120, 121, 122 y 123
Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017
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