jueves, 16 de febrero de 2017

Madame Bovary, Flaubert


  Capítulo XV

     La muchedumbre esperaba a lo largo de la fachada, encajonada simétricamente entre balaustradas. En las esquinas de las calles vecinas, anuncios gigantescos repetían en caracteres barrocos: <> Hacia buen tiempo; tenían calor; el sudor manaba entre los rizos, los pañuelos enjugaban frentes enrojecidas; y a veces un viento tibio, que soplaba del río, agitaba blandamente los toldos de cutí suspendidos sobre las puertas de las tabernas. Algo mas abajo, sin embargo, se percibia el frescor de una corriente de aire glacial que olía a sebo, a cuero y a aceite. Era el vaho de la calle Des Charrettes, llenas de grandes almacenes negros donde los obreros hacen rodas barricas.
     Temerosa de parecer ridícula, Emma quiso, antes de entrar, dar un paseo por el puerto, y Bovary, prudentemente, guardó los billetes en la mano dentro del bolsillo del pantalón, que apoyaba contra su vientre.
     Ya en el vestíbulo, Emma sintió latir fuertemente su corazón. Sonrió con involuntaria vanidad, al ver a la muchedumbre precipitarse hacia la derecha por el otro corredor, mientras ella subía la escalina de las primeras. Gozó como una criatura empujando con el dedo las anchas puertas tapizadas; aspiró a pleno pulmón el olor polvoriento de los pasillos, y, una vez sentada en su palco, combó el talle con una desenvoltura de duquesa.
   




       Flaubert, Madame Bovary. Madrid. Clásicos de la literatura, Edicion: 2007. Pag 195.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

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