viernes, 23 de noviembre de 2012

Hamlet (Escena III), William Shakespeare

Entran el rey, Rosencrantz y Guildenstern

Ni me agrada, ni es prudente
dar rienda suelta a su demencia. Preparaos,
que yo os proporcionaré credenciales,
y él habrá de acompañaros a Inglaterra.
No puede nuestro estado permitirse el peligro
que, ominoso, crece hora a hora
con su locura.

Guildenstern

Estaremos dispuestos,
pues es sacrosanto deber dar protección
a tantos súbditos a quienes Vuestra Majestad
gobierna y da sustento.

Rosencrantz

Si es especial obligación de los hombres
velar, con todo su talento, vigor y armas, por su vida,
mayor será el deber cuando de esa vida
dependen otras muchas. Cuando la Majestad muere
no muere sola, sino que arrastra, como torbellino,
cuanto le es próximo. Es como esa rueda poderosa
colocada en lo más alto de un monte,
de cuyo eje pendieran, ensambladas,
diez mil piezas pequeñas. Al caerse,
cada una de las pequeñas piezas
-sean o no insignificantes- sigue
ese mismo ruinoso destino. No, nunca
suspiró un rey sin que gimiera con él el universo todo.

Rey

Preparaos de inmediato para este viaje de urgencias,
pues hemos de poner freno a ese temor
que ahora anda sin cadenas.

Rosencrantz y Guildenstern

Estaremos preparados.

Salen Rosencrantz y Guildenstern

Hamlet, William Shakespeare, editorial El Catedra. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario