Entonces, sin que Fauchery se tomara la molestia de preguntárselo, le dijo lo que sabía de los Muffat. En medio de la conversación de las señoras, que proseguía junto a la chimenea, bajaban ambos la voz; y cualquiera, viéndolos con sus corbatas y sus guantes blancos, hubiera creído que trataban algún tema grave, con un lenguaje selecto. Así, pues, mamá Muffat, a quien la Faloise había tratado mucho, era una vieja inaguantable, siempre entre sotanas; por lo demás, un porte magnífico, un gesto autoritario que lo doblegaba todo. En cuanto a Muffat, hijo tardío de un general hecho conde por Napoleón I , había salido naturalmente muyt favorecido con lo del 2 de diciembre. Tampoco era persona alegre, pero tenía fama de muy honrado, muy recto. Había que añadir a eso unas opiniones del otro mundo y un concepto tan elevado de su cargo en la corte, de sus dignidades y sus virtudes, que llevaba la cabeza como si fuera un sacramento. Aquella espléndida educación se la debía a mamá Muffat: confesión diaria, ninguna escapada, ninguna juventud, fuese del tipo que fuese. Era practicante y tenía arrebatos de fe de una violencia sanguínea, parecidos a accesos de delirio. Al final, para pintarlo con el último detalle, La Faloise le soltó a su primo una frase al oído.
Emile Zola, Nana. Editorial, Planeta. página,55. 1985, Barcelona.
Seleccionado por Nuria Muñoz Flores . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015
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