VI
A la mañana siguiente, a las ocho, despertaron a Bonifacio diciendole que deseaba verle un señor sacerdote.
-¡Un sacerdote a mí! Que entre.
Saltó de la cama y pasó al gabinete contiguo a su alcoba; no puede decirse a su gabinete, pues era de uso común a todos los de casa. Atándose los cordones de la bata saludó a un viejecillo que entraba haciendo reverencias con un sombrero de copa alta muy grande y muy grasiento. Era un pobre cura de aldea, de la montaña, de aspecto humilde y aún miserable.
Miraba a un lado y a otro; y, después de los saludos de ordenanza, pues en tal materia no mostraban gran originalidad ninguno de los interlocutores, el clérigo accedió a la invitación de sentarse, apoyándose en el borde de una butaca.
-Pues, dijo, siendo usted efectivamente el legitimo esposo de doña Emma Varcárcel, heredera única y universal de D. Diego, que en paz descanse, no cabe duda que es usted la persona que debe oír... lo que, en el secreto de la confesión... se me ha encargado decirle... Sí, señor, a ella o a su marido, se me ha dicho... y yo... la verdad... prefiero siempre entenderme con... mis semejantes... masculinos, digámoslo así. A falta de usted no hubiera vacilado, créame, señor mío, en abocarme, si a mano viene, con la misma doña Emma Valcárcel, heredera universal y única de...
Leopoldo Alas, "Clarín", Su único hijo, Madrid, Austral,1979, página 66 y 67. Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015
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