viernes, 11 de diciembre de 2015

El cuaderno dorado, Doris Lessing



—Cuando voy a pasar un fin de semana con él, se alegra de verme, de eso estoy segura. Aunque nunca se queja de que no vaya a visitarle con más frecuencia. Pero cuando estoy allí, no parece que le afecte mucho. Se sujeta a una rutina invariable. Una anciana le arregla la casa. Las comidas no son más que eso, comidas. Come lo que siempre ha comido: buey medio cocido, bisté y huevos. Bebe un gin antes de almorzar y dos o tres whiskies después de cenar. Cada mañana, al término del desayuno, da un largo paseo. Por la tarde, cuida el jardín. Por las noches lee hasta muy tarde. Cuando yo estoy allí, hace exactamente lo mismo. Ni me habla. —Hizo una pausa, sonriendo para sus adentros, antes de proseguir—: Es como ha dicho usted antes; no estoy en su onda. Tiene un amigo íntimo, un coronel que se le parece mucho: los dos están delgados y curtidos, tienen ojos vehementes y se hablan con chirridos inaudibles. Hay veces que están sentados uno frente al otro durante horas sin decir nada, bebiendo whisky o, a veces, mencionando brevemente la India. Cuando mi padre está solo, me parece que habla con Dios, Buda o alguien así, pero no conmigo. Normalmente, si yo digo algo, él parece azorarse o se pone a hablar de otra cosa. Ella se calló, pensando que había sido la parrafada más larga proferida en presencia de Paul, y que resultaba extraño que hubiera versado sobre aquel tema, pues casi nunca hablaba de su padre ni pensaba en él. Paul no contestó; de repente preguntó: (...)


Doris Lessing, El cuaderno dorado,
https://ferrusca.files.wordpress.com/2013/11/el-cuaderno-dorado_dorislessing.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz , curso 2015-2016






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