viernes, 11 de diciembre de 2015

El viejo y el mar, Ernest Hemingway


      Cuando estuvo a su nivel y tuvo la cabeza del pez contra la proa no pudo creer que fuera tan grande. Pero soltó de la bita la soga de arpón, la pasó por las agallas del pez y la sacó por sus mandíbulas. Dio una vuelta con ella a la espalda y luego la pasó a través de la otra agalla. Dio otra vuelta al pico y anudó la doble cuerda y la sujetó a la bita de proa.  cortó entonces el cabo y se fue a popa a enlazar la cola. El pez se había vuelto plateado (originalmente era violáceo y plateado) y las franjas eran del mismo color violáceo pálido de su cola. Eran más anchas que la mano de un hombre con los dedos abiertos y los ojos del pez parecían tan neutros como los espejos de un periscopio o un santo en una procesión.
   -Era la única manera de matarlo- dijo el viejo. Se estaba sintiendo mejor desde que había tomado el buche de agua y sabía que no desfallecería y su cabeza estaba despejada.


      Ernest Hemingway, El viejo y el mar, Madrid, Vicens Vives, 2001, Ed. 12, pág. 65   
      Seleccionado por Marta Pino Blanco. Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016. 


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