viernes, 11 de diciembre de 2015

La náusea, Jean-Paul Sartre

     La mano del muchacho sale de la sombra, planea un instante, blanca, indolente; luego cae de improviso como un milano y aprieta un naipe contra el tapete. El gordo colorado salta por el aire: —¡Mierda! Éste alza. La silueta del rey de corazones aparece entre dedos crispados después alguien la vuelve de narices y el juego continúa. Hermoso rey, venido de tan lejos, preparado por tantas combinaciones, por tantos gestos desaparecidos. Ahora desaparece a su vez, para que nazcan otras combinaciones y otros gestos, ataques, réplicas, vueltas de la fortuna, multitud de pequeñas aventuras. Estoy emocionado, siento mi cuerpo como una máquina de precisión en reposo. Yo he tenido verdaderas aventuras. No recuerdo ningún detalle, pero veo el encadenamiento riguroso de las circunstancias. He cruzado mares, he dejado atrás ciudades y be remontado ríos; me interné en las selvas buscando siempre nuevas ciudades. He tenido mujeres, he peleado con individuos, y nunca pude volver atrás, como no puede un disco girar al revés. ¿Y a dónde me llevaba todo aquello? A este instante, a esta banqueta, a esta burbuja de claridad rumorosa de música.
                                                     
                                                         And when you leave me

      Sí, yo que tanto gusté de sentarme en Roma a orillas del Tíber; de bajar y remontar cien veces las Ramblas de Barcelona, a la noche; yo que cerca de Angkor, en el islote de Baray de Prah-Kan vi una baniana que anudaba sus raíces alrededor de la capilla de los nagas, estoy aquí, vivo en el mismo instante que los jugadores de malilla, escucho a una negra que canta mientras afuera vagabundea la noche débil. El disco se ha detenido. La noche entra dulzona, vacilante. Es invisible, pero está ahí, vela las lámparas; en el aire se respira algo espeso: es ella. Hace frío. Uno de los jugadores empuja las cartas en desorden hacia otro que las recoge. Un naipe ha quedado atrás. ¿No lo ven? Es el nueve de corazones. Por fin alguien lo entrega al joven de cabeza perruna. —¡Ah! Es el nueve de corazones. Está bien. Voy a irme. El viejo violáceo se inclina sobre ana hoja chupando la punta de un lápiz. Madeleine lo mira con ojos claros y vacíos. El muchacho da vueltas entre sus dedos al nueve de corazones. ¡Dios mío ...! Me levanto penosamente; en el espejo, sobre el cráneo del veterinario, veo deslizarse un rostro inhumano.



Jean-Paul Sartre, La náusea,http://www.infojur.ufsc.br/aires/arquivos/Jean%20Paul%20Sartre%20-%20La%20Nausea.pdf , seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

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