viernes, 11 de diciembre de 2015

Siddhartha, Hermann Hesse

-No me guardes rencor, majestuoso -exclamó el joven-. No te he hablado así para buscar un desacuerdo o la desavenencia con palabras. Desde luego, tienes razón, y poco importan las opiniones. Pero déjame decir una cosa más: ni un momento he dudado de ti. Ni un momento he dudado de que tú fueras el buda, de que hubieras llegado a la meta, al máximo, hacia el que tantos brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, ensimismaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una doctrina! Yo pienso, majestuoso, ¡que nadie encuentra la redención a través de la doctrina! ¡A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu inspiración! Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado buda, a muchos les enseña a vivir honradamente, a evitar lo malo. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y por ello, continúo mi peregrinación. No para buscar otra doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme. Sin embargo, a menudo me acordaré de este día, majestuoso, y de esta hora en que mis ojos vieron a un santo.

Hermann Hesse, Siddhartha, http://www.opuslibros.org/Siddharta.pdf.Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato.Curso 2015-2016.

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