-No me guardes rencor, majestuoso -exclamó el joven-. No te he hablado así para buscar un
desacuerdo o la desavenencia con palabras. Desde luego, tienes razón, y poco importan las
opiniones. Pero déjame decir una cosa más: ni un momento he dudado de ti. Ni un momento he
dudado de que tú fueras el buda, de que hubieras llegado a la meta, al máximo, hacia el que tantos
brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La
has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos,
ensimismaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una
doctrina! Yo pienso, majestuoso, ¡que nadie encuentra la redención a través de la doctrina! ¡A nadie,
venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en
el momento de tu inspiración! Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado buda, a muchos les
enseña a vivir honradamente, a evitar lo malo. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no
contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares
de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y
por ello, continúo mi peregrinación. No para buscar otra doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino
para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme. Sin
embargo, a menudo me acordaré de este día, majestuoso, y de esta hora en que mis ojos vieron a
un santo.
Hermann Hesse, Siddhartha, http://www.opuslibros.org/Siddharta.pdf.Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato.Curso 2015-2016.
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