En efecto, aquella misma noche. D'Artagnan se presentó en el alojamiento de Athos y lo encontró vaciando su botella de vino español, ritual que observaba religiosamente todas las noches.
Le relató lo sucedido lo ocurrido entre el cardenal y él, y le tendió el despacho.
-Aquí tenéis, mi querido Athos- le dijo-: a vos os corresponde firmarlo.
Athos dejó ver su más dulce y encantadora sonrisa.
-Amigo mío -respondió-, para Athos es demasiado: para el conde de La Fère es demasiado poco. Guardad este despacho: vuestro es. ¡Y, por mi honor, que lo habéis pagado bien caro!
D'Artagnan salió de la tienda de Athos y entró en la de Porthos.Lo encontró vestido con un magnífico uniforme, cubierto de espléndidos bordados, y contemplándose en un espejo
-¡Vaya, vaya!-exclamó Porthos-. ¡Si sois vos, mi querido amigo! ¿ Qué os parece cómo me cae este uniforme?
-De maravilla -respondió D'Artagnan-, pero vengo a ofreceros otro uniforme que os sentaría mejor.
-¿Cuál?- preguntó Porthos.
-El de teniente de mosqueteros.
Y D'Artagnan refirió a Porthos su entrevista con el cardenal. luego, sacó el despacho de su bolsillo.
-Tomad, querido amigo -le dijo-: escribir vuestro nombre aquí arriba y sed un buen jefe para mí.
Porthos echó una ojeada al documento y lo devolvió a D'Artagnan, con gran asombro de éste
-Sí - admitió-, ese empleo me halagaría mucho, pero no tendría tiempo para disfrutar el ascenso. Durante nuestra expedición de Béthune, el marido de mi duquesa falleció; de suerte que, ya que el cofre del difundo me tiende sus brazos, voy a casarme con la viuda. Ved que estaba probándome el traje para la ceremonia. Guardaos ese despacho, querido amigo, guardadlo para vos.
Y le entregó el papel.
Nuestro joven entró en la tienda de Aramis y lo encontró arrodillado en su reclinatorio, con la frente apoyada sobre su breviario abierto. Le relató su entrevista con el cardenal y sacó por tercera vez su despacho del bolsillo.
-Vos, que sois nuestro amigo, nuestra luz y nuestro invisible protector -le dijo-, aceptad este despacho; lo habéis merecido más que nadie, por vuestra prudencia y vuestros consejos, que siempre han dado tan buenos resultados.
-¡Ay, querido amigo! -respondió Aramis-. Nuestras últimas aventuras me han hecho aborrecer del todo la vida del hombre de espada. Esta vez, mi decisión es irrevocable: en cuanto concluya el asedio, ingresaré en los lazaristas. Guardaos este despacho, D'Artagnan, porque la profesión militar os conviene; yo sé que seréis pronto un bravo y esforzado capitán.
D'Artagnan, con los ojos humedecidos de agradecimiento y brillantes de alegría, volvió a la tienda de Athos, a quien halló sentado ante la misma mesa y admirando el color de su último vino malagueño a la luz de la lámpara.
-Escuchad- le dijo-: ellos también lo han rechazado.
-Porque nadie, querido amigo, era más digno del ascenso que vos.
Tomó una pluma, escribió sobre el despacho el nombre de D'Artagnan y se lo dio.
-Ya no tendré amigos -manifestó el joven-: sólo me quedarán, por desgracia, amargos recuerdos...
Y dejó caer la cabeza entre sus manos, mientras dos lágrimas rodaban por sus mejillas.
-¡Sois muy joven -replicó Athos- y vuestros recuerdos amargos tendrán tiempo para tornarse en dulces añoranzas!
Alexandre Dumas, Los tres mosqueteros, León, Edt. Everest, Clásicos de bolsillo Everest, 2006. 388 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.
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