jueves, 12 de enero de 2017

Utopía, Tomás Moro


      Cuando yo estaba allí, daba la impresión de que el rey confiaba muchísimo  en sus consejos y que la república se apoyaba mucho en ellos. Nasa extraño en un hombre que, arrojaba casi desde su primera juventud de la escuela a la corte, vedado durante toda su vida en los más altos asuntos, zarandeando por los cambiantes golpes de la fortuna, había aprendido entre muchos y grandes peligros el arte e la prudencia, la cual, cuando se adquiere así, no se pierde fácilmente.
      Estando yo un día a su mesa se hallaba casualmente presente un cierto laico, perito en vuestras leyes; éste aprovechando no sé qué ocasión, comenzó a celebrar a remo y vela la rigurosa justicia que entonces se aplicaba allí a los ladrones, de los que en algunos sitios - contaba - se había colgado a veces veinte en una sola cruz; lo que mas le sorprendía era por qué mala fatalidad, siendo tan pocos los que escapaban a este suplicio , fuera no obstante tantísimos los que andaban por doquier latrocinando. Entonces yo, atreviéndome a hablar libremente en presencia del cardenal, le dije:
       - No te extrañes en absoluto. Este castigo, en efecto, de los ladrones excede lo justo y no tiene utilidad pública. Es demasiado cruel para castigar los robos e insuficiente, sin embargo, para frenarlos. Pues ni el simple robo es un delito tan grande que deba sancionarse con la pena capital ni hay tampoco pena tan grande que pueda disuadir de la rapacería a quienes no poseen otro medio para conseguir su sustento.



Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página 14/15.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

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