La guerra le liberó. Dejó el frente en 1917, terminó por ir a parar a Vladivostock, después Tientsin, donde se embarcó, en calidad de lavaplatos, en el barco que zarpaba hacia Cantón. Aquí reinició su antigua profesión de confidente y supo mostrar la suficiente habilidad para que Sun-yat Sen le confiase, cuatro años más tarde, uno de los puestos más importantes de su policía secreta. Los rusos parecían haber olvidado su antigua profesión.
Mientras acabo de poner en orden el correo de Hong Kong, él estudia la represión del levantamiento de ayer.
-Entonces, ¿comprendes, pequeño?, elegí la sala más grande. Es grande, muy grande. Me siento en el sillón presidencial, solo, completamente solo, en el estrado; completamente solo, ¿comprendes bien? No hay más que un estribano en un rincón y, detrás de mí, seis guardias rojos que no entienden más que el cantonés, revólver en mano, claro está. Con frecuencia, cuando el fulano entra, da un taconazo (hay hombres valientes, como dice tu amigo Garín), pero cuando sale, jamás da un taconazo. Si hubiese alguien allí, si hubiese público, no lograría nunca nada: los acusados resistirían. Pero cuando estamos completamente solos.. Tú no puedes comprenderlo: completamente solos...
Y con una sonrisa desvaída, una sonrisa de viejo gordo excitado al contemplar una niña desnuda, añade, arrugando los párpados:
-Si supieses qué cobardes se vuelven...
Malraux, Los conquistadores, Móstoles-Madrid, Editorial Argos Vergara, páginas 114, 115.
Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario