jueves, 2 de febrero de 2017

Los conquistadores, Malraux

       Trabajo después con Nicolaiev. El jefe de la policía es un antiguo agente de la Ojrana. Borodín conoce su expediente, actualmente en la Checa. Afiliado a las organizaciones terroristas antes de la guerra, hizo arrestar a un buen número de militantes. Estaba muy bien informado, ya que unía a sus propias confidencias las de su mujer, terrorista sincera y respetada, que murió de manera singular. Diversas circunstancias apartaron de él la confianza de sus camaradas, sin permitir no obstante el nacimiento de una opinión lo bastante para justificar su ejecución. Desde ese momento, la Ojrana lo consideró quemado y dejó de pagarle. Era incapaz de trabajar. Erró de miseria en miseria, fue guía, vendedor de fotos obscenas... Periódicamente imploraba a la policía que le enviase algún dinero para socorrerle; vivía asqueado de sí mismo, fracasado, apegado sin embargo a esa policía por una especie de espíritu de cuerpo. En 1914, al tiempo que solicitaba cincuenta rublos -fue su última demanda-, denunció, como para pagarla, a su vecina, una anciana que ocultaba armas...
       La guerra le liberó. Dejó el frente en 1917, terminó por ir a parar a Vladivostock, después Tientsin, donde se embarcó, en calidad de lavaplatos, en el barco que zarpaba hacia Cantón. Aquí reinició su antigua profesión de confidente y supo mostrar la suficiente habilidad para que Sun-yat Sen le confiase, cuatro años más tarde, uno de los puestos más importantes de su policía secreta. Los rusos parecían haber olvidado su antigua profesión.
       Mientras acabo de poner en orden el correo de Hong Kong, él estudia la represión del levantamiento de ayer.
      -Entonces, ¿comprendes, pequeño?, elegí la sala más grande. Es grande, muy grande. Me siento en el sillón presidencial, solo, completamente solo, en el estrado; completamente solo, ¿comprendes bien? No hay más que un estribano en un rincón y, detrás de mí, seis guardias rojos que no entienden más que el cantonés, revólver en mano, claro está. Con frecuencia, cuando el fulano entra, da un taconazo (hay hombres valientes, como dice tu amigo Garín), pero cuando sale, jamás da un taconazo. Si hubiese alguien allí, si hubiese público, no lograría nunca nada: los acusados resistirían. Pero cuando estamos completamente solos.. Tú no puedes comprenderlo: completamente solos...
       Y con una sonrisa desvaída, una sonrisa de viejo gordo excitado al contemplar una niña desnuda, añade, arrugando los párpados:
       -Si supieses qué cobardes se vuelven...


Malraux, Los conquistadores, Móstoles-Madrid, Editorial Argos Vergara, páginas 114, 115.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario