jueves, 2 de febrero de 2017

Aventuras de Tom Sawyer, Twain



CAPITULO XXX

       La primera cosa que Tom oyó el viernes por la mañana fue una noticia alegre: la familia del juez Thatcher había vuelto a la ciudad la noche anterior. El indio Joe y el tesoro pasaron a un segundo plano de momento y Becky ocupó el primer lugar  en el interés del chico. La vio y se divirtieron enormemente jugando al escondite y a las cuatro esquinas con un montón de condiscípulos. El día fue completado y coronado de una manera especialmente satisfactoria. Becky pidió instantáneamente que fijara para el día siguiente la merienda, prometida y aplazada desde hacía tanto tiempo, y ella dio su consentimiento. La alegría de la niña no tenía límites, y la de Tom no era más moderada. Se enviaron las invitaciones antes del anochecer y la gente joven del pueblo fue invadida por la fiebre de los preparativos y una agradable expectación. La excitación de Tom le mantuvo despierto hasta muy tarde. Tenía esperanzas de oír el maullido de Huck y conseguir su tesoro para asombrar a Becky y a los participantes en la fiesta, al día siguiente; pero fue defraudado: no llegó ningún aviso aquella noche.
       La mañana llegó finalmente, y a las diez o las once una pandilla atolondrada y traviesa se reunió en la casa del juez Thatcher, donde todo estaba listo para la partida. NO era costumbre que los mayores echasen a perder la merienda con su presencia. Se consideraba que los niños estaban bastante seguros bajo las alas de unas cuantas señoritas de dieciocho años y unos cuantos señoritos, de más o menos, veintitrés. Se alquiló para esta ocasión el viejo vapor transbordador. De pronto el alegre tropel llenó la calle principal cargado de cestas de provisiones. Sid estaba enfermo y no pudo asistir. Mary se quedó en casa para hacerle compañía. La última cosa que la señora Thatcher dijo a Becky fue:
       -No volverás hasta tarde. Quizá sería mejor que pasases la noche con algunas de las chicas que viven cerca del embarcadero.
       -Entonces me quedaré en casa de Susy Haper, mamá.
       - De acuerdo. Pórtate bien y no des molestias a nadie.
        Luego, cuando iban andando, Tom dijo a Becky.
       -Oye: te diré lo que tienes que hacer. En vez de ir a casa de Joe Harper, subiremos a la colina y nos pararemos en casa de la viuda Douglas: ¡Tendrá helado! Tiene casi todos los días cantidades enormes. Y estará muy contenta de vernos.
       -¡Oh, sí que era divertido!
       Luego Becky reflexionó un rato y dijo:
       -Pero ¿qué dirá mamá?
       La niña volvió la cabeza y dijo a regañadientes:
       -Creo que está mal... pero...
       - Pero, ¡diablos! Tu madre no se enterará y, así, ¿qué hay de malo en ello? Todo lo que quieres es que no te pase nada, y estoy seguro de que te habría dicho que fueses allí, si hubiera pensado en ello. ¡Sé que lo habría hecho!




Twain, Aventuras de Tom Swayer, Barcelona, 1994, Bruguama S.A, páginas 219-220.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

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