Fue grande el pánico y la confusión, por tratarse de una situación imprevista. Mostrando, sin embargo, mayor entereza de la que cabía esperar ante un peligro tan repentino, los hombres combantían defendiendo y las mujeres llevaban a las murallas toda clase de armas arrojadizas y piedras, y aquel día aseguraron la defensa de la ciudad a pesar de que ya habían aplicado escalas en muchos puntos. Alicio, después de dar la señal de retirada, llevó a sus hombres de vuelta al campamento a eso del medio día. Entonces, una vez que repusieron fuerzas con la comida y el descanso, antes de despedir al pretorio, hizo saber que debían estar preparados y armados antes del alba, que ya no los traería de vuelta al campamento hasta haber asaltado la ciudad. Atacó por muchos puntos a la misma hora que el día anterior, y como los habitantes de la plaza andaban ya faltos de fuerzas, de proyectiles, y sobre todo de moral, en cosa de pocas horas tomó la ciudad. Puso en venta una parte del botín y repartió el resto, y después celebró consejo para decidir qué hacer a continuación. Nadie se pronunció a favor de marchar sobre Naupacto, al estar ocupado por los etolios el desfiladero del Córace. No obstante, para evitar la inactividad durante el verano y evitar que, debido a las propias vacilaciones, los etolios tuvieran igualmente la paz que no habían conseguido del senado, Acilio decidió atacar Anfisa. Hasta allí fue conducido el ejército desde Heraclea cruzando el Eta. Estableció el campamento cerca de las murallas, pero no intentó el ataque rodeándolas de hombres como en el caso de Lamia, sino a base de obras de asedio. Se aplicaba el ariete en muchos puntos a la vez, y a pesar de ser batidos los muros, los habitantes no intentaban preparar o imaginar algo contra semejante dispositivo. Cifraban toda su esperanza en las armas y la audacia; a base de salidas frecuentes inquietaban los puestos enemigos y especialmente a los hombres que estaban en torno a las obras y las máquinas.
Sin embargo el muro había sido derribado en muchos puntos cuando llegó la noticia de que su sucesor había desembarcado las tropas en Apolonia y marchaba a través del Epiro y Tesalia. Venía el cónsul con trece mil hombres de infantería y quinientos de caballería. Había llegado ya al golfo Malíaco; envió por delante emisarios a Hípata para instar a sus habitantes a que rindieran la ciudad, y ante su respuesta de que no harían nada sin una decisión de toda la comunidad etolia, para evitar el ascenso de Hípata lo entretuvieran cuando Anfisa aún no había sido reconquistada, envió por delante a su hermano el Africano y él avanzó hacia Anfisa. A su llegada, los habitantes abandonaron la ciudad -pues gran parte de la misma estaba ya desguarnecida de muralla- y por todos ellos, los que portaban armas y los que no, se retiraron a la ciudadela, que consideraban inexpugnable.
Sin embargo el muro había sido derribado en muchos puntos cuando llegó la noticia de que su sucesor había desembarcado las tropas en Apolonia y marchaba a través del Epiro y Tesalia. Venía el cónsul con trece mil hombres de infantería y quinientos de caballería. Había llegado ya al golfo Malíaco; envió por delante emisarios a Hípata para instar a sus habitantes a que rindieran la ciudad, y ante su respuesta de que no harían nada sin una decisión de toda la comunidad etolia, para evitar el ascenso de Hípata lo entretuvieran cuando Anfisa aún no había sido reconquistada, envió por delante a su hermano el Africano y él avanzó hacia Anfisa. A su llegada, los habitantes abandonaron la ciudad -pues gran parte de la misma estaba ya desguarnecida de muralla- y por todos ellos, los que portaban armas y los que no, se retiraron a la ciudadela, que consideraban inexpugnable.
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación XXXVI-XL, Madrid, 2001, Editorial Gredos, páginas 80-81.
Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017
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