jueves, 6 de abril de 2017

Rabelais, Gargantúa y Pantagruel

Capítulo XXI

DE LOS ESTUDIOS DE GARGANTÚA
 SEGÚN LA DISCIPLINA DE SUS 
PROFESORES SOFISTAS 

      Pasados así los primeros días y colocadas de nuevo en su lugar las campanas, los ciudadanos de París, para mostrar su agradecimiento a tanta honradez, se ofrecieron a mantener y alimentar a su yegua  tanto tiempo como a el le plugiera - cosa que fue del agrado de Gargantúa-, u la mandaron a vivir al bosque de biére. yo creo que ya no esta allí.
      Hecho esto, quiso estudiar concienzudamente bajo la dirección de Ponócrates; pero éste ordenó que, para comenzar, lo haría a su manera acostumbrada, a fin de saber por qué medio, en tan largo tiempo, sus preceptores anteriores le habían vuelto tan fatuo, simple e ignorante.
      Disponía pues, de su tiempo de tal forma, que se despertaba y levantaba ordinariamente de la cama entre las ocho y las nueve de la mañana, fuera o no de día; así lo habían mandado sus doctores regentes en teología, alegando lo que dice David : vanum est vobis ante lucem surgere.
      Después estiraba las piernas, daba saltos de carnero, se tiraba al suelo, pataleaba en el lecho durante un rato para recrear a su instinto animal, y se vestía según la estación del año, aunque le gustaba llevar ropa larga de gruesa tela  forrada de piel de zorro; luego se peinaba con el peine de Almain, a sea con los cuatro dedos y el pulgar, porque sus preceptores decían que asearse, lavarse y peinarse de otro modo era perder el tiempo en este mundo.
      Después cagaba, orinaba, vomitaba, eructaba, ventoseaba, bostezaba, escupía, tosía, sollozaba, estornudaba, se sonaba las narices a lo archidiácono, y desayunaba, para hacer cesar el rocío y los malos vientos,  buenas tripas fritas, buena carne asada, buenos jamones, buen cabrito en asado y espesas sopas hechas con pedazos de pan mojado en caldo, como las que comen en los conventos en las primeras horas de a mañana. Ponócrates le reprendía diciéndole que no debía tomar alimento tan temprano, al saltar del lecho, sin haber hecho primero un poco de ejercicio.


François Rabelais, Grargantúa y Pantagruel, editorial RBA coleccinables SA, año 1995en Barcelona, capitulo XXI página 70/71.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

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