Capítulo XXI
DE LOS ESTUDIOS DE GARGANTÚA
SEGÚN LA DISCIPLINA DE SUS
PROFESORES SOFISTAS
Pasados así los primeros días y colocadas de nuevo en su lugar las campanas, los ciudadanos de París, para mostrar su agradecimiento a tanta honradez, se ofrecieron a mantener y alimentar a su yegua tanto tiempo como a el le plugiera - cosa que fue del agrado de Gargantúa-, u la mandaron a vivir al bosque de biére. yo creo que ya no esta allí.
Hecho esto, quiso estudiar concienzudamente bajo la dirección de Ponócrates; pero éste ordenó que, para comenzar, lo haría a su manera acostumbrada, a fin de saber por qué medio, en tan largo tiempo, sus preceptores anteriores le habían vuelto tan fatuo, simple e ignorante.
Disponía pues, de su tiempo de tal forma, que se despertaba y levantaba ordinariamente de la cama entre las ocho y las nueve de la mañana, fuera o no de día; así lo habían mandado sus doctores regentes en teología, alegando lo que dice David : vanum est vobis ante lucem surgere.
Después estiraba las piernas, daba saltos de carnero, se tiraba al suelo, pataleaba en el lecho durante un rato para recrear a su instinto animal, y se vestía según la estación del año, aunque le gustaba llevar ropa larga de gruesa tela forrada de piel de zorro; luego se peinaba con el peine de Almain, a sea con los cuatro dedos y el pulgar, porque sus preceptores decían que asearse, lavarse y peinarse de otro modo era perder el tiempo en este mundo.
Después cagaba, orinaba, vomitaba, eructaba, ventoseaba, bostezaba, escupía, tosía, sollozaba, estornudaba, se sonaba las narices a lo archidiácono, y desayunaba, para hacer cesar el rocío y los malos vientos, buenas tripas fritas, buena carne asada, buenos jamones, buen cabrito en asado y espesas sopas hechas con pedazos de pan mojado en caldo, como las que comen en los conventos en las primeras horas de a mañana. Ponócrates le reprendía diciéndole que no debía tomar alimento tan temprano, al saltar del lecho, sin haber hecho primero un poco de ejercicio.
Después cagaba, orinaba, vomitaba, eructaba, ventoseaba, bostezaba, escupía, tosía, sollozaba, estornudaba, se sonaba las narices a lo archidiácono, y desayunaba, para hacer cesar el rocío y los malos vientos, buenas tripas fritas, buena carne asada, buenos jamones, buen cabrito en asado y espesas sopas hechas con pedazos de pan mojado en caldo, como las que comen en los conventos en las primeras horas de a mañana. Ponócrates le reprendía diciéndole que no debía tomar alimento tan temprano, al saltar del lecho, sin haber hecho primero un poco de ejercicio.
François Rabelais, Grargantúa y Pantagruel, editorial RBA coleccinables SA, año 1995en Barcelona, capitulo XXI página 70/71.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.
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