Capítulo: I
PRIMERAS AVENTURAS
Yo nací en el año 1632 en la ciudad de York, de buena familia, pero no del país, ya que mi padre era un extranjero natural de Bremen que primero se instaló en Hull; se hizo una buena posición gracias al comercio, luego, abandonando sus negocios, se trasladó a York, en donde casó con mi madre, cuya familia se apellida Robisón, una familia muy bien reputada en la comarca, y polo cual yo me llamaba Robinsón Kreutznaer; sin embargo, por una corrupción del nombre, cosa muy común en Inglaterra, ahora nos llaman, quiero decir que nos llamamos y así solemos firmar, Cruso y así es como mis compañeros me llaman siempre.
Tenía dos hermanos mayores que yo, uno de los cuales fue teniente coronel en un regimiento inglés de infantería, en Flandes, que años atrás había sido mandado por el famoso coronel Lockhart, y murió en una batalla contra los españoles, cerca de Dunkerque. Por lo que respecta a mi segundo hermano, supe tan poco de sus andanzas como luego mis padres supieron de las mías.
Siendo el tercer hijo de la familia, y al no haber aprendido ningún oficio, pronto se me llenó la cabeza de proyectos, de vagabuendeo. Mi padre, que era muy anciano, me había dado un buena educación, todo lo buena que puede recibirse en casa y en una escuela rural, y decidió que me dedicara a la abogacía; pero mi única ambición era hecerme marino, y esta inclinación me llevó a oponerme tan decididamente a su voluntad, e decir, a las órdenes de mi padre, así como a las súplicas y advertencias de mi madre y mis demás amigos, que parecía haber algo fatal en esta propensión de la naturaleza que me encaminaba derechamente hacia la vida de infortunio a que estaba destinado.
Tenía dos hermanos mayores que yo, uno de los cuales fue teniente coronel en un regimiento inglés de infantería, en Flandes, que años atrás había sido mandado por el famoso coronel Lockhart, y murió en una batalla contra los españoles, cerca de Dunkerque. Por lo que respecta a mi segundo hermano, supe tan poco de sus andanzas como luego mis padres supieron de las mías.
Siendo el tercer hijo de la familia, y al no haber aprendido ningún oficio, pronto se me llenó la cabeza de proyectos, de vagabuendeo. Mi padre, que era muy anciano, me había dado un buena educación, todo lo buena que puede recibirse en casa y en una escuela rural, y decidió que me dedicara a la abogacía; pero mi única ambición era hecerme marino, y esta inclinación me llevó a oponerme tan decididamente a su voluntad, e decir, a las órdenes de mi padre, así como a las súplicas y advertencias de mi madre y mis demás amigos, que parecía haber algo fatal en esta propensión de la naturaleza que me encaminaba derechamente hacia la vida de infortunio a que estaba destinado.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.
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