(Se prohíbe la intervención de los dioses)
Con su velo azafrán se extendió por la tierra la Aurora cuando Zeus que en el rayo se goza reunió a las deleidades en el ágora, sobre la cumbre mayor del Olimpo.
Y así habló mientras ellas oían atentas sus voces:
-Escuchadme ahora todos, ¡oh dioses y diosas felices!,
y os diré lo que mi corazón en el pecho me dicta.
Que ningún dios ya sea varón, ya sea hembra, se atreva
a impedir de una forma o de otra las órdenes mías,
antes bien atacadlas de modo que al punto se cumplan.
A quien, sin que lo ordene, yo vea alejarse de todos,
y ayudar a los teucros o bien socorrer a los dánaos
volverá golpeado de forma afrentosa al Olimpo,
o bien lo agarraré y lanzaré al oscurísimo Tártaro,
lejos, en lo más hondo del báratro, bajo la tierra,
con sus puertas de bronce y sus grandes portones de hierro,
y tan hondo en el Hades cual sobre la tierra, está el cielo,
y sabrá entonces que mi poder aventaja al de todos.
Homero, Ilíada, Barcelona, Editorial, Planeta, página 149, 1980.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015
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