lunes, 12 de enero de 2015

Charles Dickens, David Copperfield

                                                 CAPÍTULO XV
                                                  DEPRESIÓN

     Cuando recobré mi presencia de ánimo, que en el primer momento me había abandonado por completo bajo el golpe de la noticia de mi tía, propuse a míster Dick que viniera a la tienda de Velas a tomar posesión de la cama que míster Peggotty había dejado vacía hacía poco. La tienda de velas se encontraba en el mercado de Hungerford, que entonces no se parecía nada a lo que es ahora, y tenía delante de la puerta un pórtico bajo, compuesto de columnasde madera, que se parecía bastante al que se veía antes en la portada de la casa del hombrecito y la mujercita de los antiguos barómetros. Aquella obra de arte de la arquitectura le gustó infinitamente a míster Dick, y el honor de habitar encima de aquellas columnas yo creo que le hubiera consolado de muchas molestias; pero como en realidad no había más objección que hacer al alojamiento que la variedad de perfumes de que he hablado, y quizá también la falta de espacio en la habitación, quedó encantado de su alojamiento. Mistress Crupp le había declarado con indignación que no había sitio ni para hacer bailar a un gato; pero, como me decía muy justamente míster Dick sentándose a los pies de la cama y acariciando una de sus piernas:
    -Usted sabe muy bien, Trotwood, que yo no necesito hacer bailar a ningún gato, que nunca he hecho bailar a ningún gato, por lo tanto, ¿a mí que me importa?


Charles Dickens, David Copperfield, Madrid, Narrativa, Editorial Austral, 1999, páginas 610 y 611. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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