lunes, 9 de febrero de 2015

Henry James, Otra vuelta de tuerca

III

     La afrenta que me hizo la señora Grose, al volverme de aquella forma la espalda, no enturbió nuestras relaciones. Nos encontramos de nuevo cuando regresaba de recoger al señorito Miles y entre nosotras surgió de nuevo la chispa de la amistad, convencidas como estábamos de que el niño era inocente de lo que decía la carta. Desde el primer momento en que lo vi, esperándome en la puerta de la misma posada a la que yo había llegado, me percaté al instante de que estaba hecho con el mismo molde de su hermana, que su presencia emanaba la misma pureza, la misma dulzura, que su figura estaba aureolada con el mismo misterioso resplandor que desde el primer momento advertí en Flora. La señora Grose ya me había alabado la belleza del muchacho, que parecía borrar con su mera presencia de todas las cosas que le rodeaban. Lo que yo sentí al verlo fue algo que nunca había sentido en ningún otro niño: tenía su persona un aire sobrenatural, como si aquella criatura fuera capaz de transmitir amor a todos sus semejantes. Aun antes de conocerlo, horribles imputaciones que se le hacían en la carta. En cuanto llegué a Bly me dirigí al instante a la señora Grose para decirle que todo aquello me parecía muy grotesco.

Henry James, Otra vuelta de tuerca, Barcelona, Anaya, 1898, página 33.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

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