lunes, 9 de febrero de 2015

Thomas Mann, La muerte en Venecia

                                                              III



     Decidido ya el viaje, algunos asuntos de carácter social y literario retuvieron a Gustavo en Munich durante dos semanas después de aquel paseo. Al fin, un día dio orden de que se le tuviera dispuesta la casa de campo para dentro de cuatro semanas, y una noche, entre mediados de y fines de mayo, tomó el tren para Trieste. En dicha ciudad se detuvo sólo veinticuatro horas, embarcándose para Pola a la mañana siguiente.
     Lo que buscaba era un mundo exótico, que no tuviera relación alguna con el ambiente habitual, pero que no estuviese muy alejado. Por eso fijó su residencia en una isla del Adriático, famosa desde hacía años y situada no lejos de la costa de Istria. Habitaban la isla campesinos vestidos con andrajos chillones y que hablaban un idioma de sonidos extraños. Desde la orilla del mar veíanse rocas hermosas. Pero la lluvia y el aire pesado, el hotel lleno de veraneantes de clase media austriaca y la falta de aquella sosegada convivencia con el mar, que sólo una playa suave y arenosa proporciona, le hicieron comprender que no había encontrado el lugar que buscaba. Sentía en su interior algo que lo impulsaba hacía lo desconocido. Por eso estudiaba mapas y guías, buscaba por todas partes, hasta que de pronto vio con claridad y evidencia lo que deseaba. Para encontrar rápidamente algo incomparable y de prestigio legendario, ¿adónde tenía que ir? La respuesta era ya fácil. Se había equivocado. ¿Qué hacía allí? Tenía que ir a otra parte. Se apresuró a abandonar su falsa residencia. Semana y media después de su llegada a la isla, en una alborada llena de húmeda niebla, un bote a motor le volvió rápidamente con su equipaje al puerto de guerra austriaco; saltó a tierra, y por una tabla subió inmediatamente a la húmeda cubierta de un pequeño vapor dispuesto para emprender el viaje a Venecia.



Thomas Mann, La muerte en Venecia, Barcelona, Editorial Seix Barral, Obras maestras de la literatura contemporánea, 1983, páginas 29 y 30. 
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015


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