lunes, 9 de febrero de 2015

Otra vuelta de tuerca, Henry James

CAPÍTULO V


     Tan pronto como apareció, doblando la esquina de la casa y jadeando visiblemente, me hizo la pregunta que yo ya esperaba:
     -¿Se puede saber qué demonios le pasa a usted?
     La miré, haciéndome la inocente, y repuse:
     -¿A mí? ¿Y qué es lo que me iba a pasar?
     -Tiene usted la cara más blanca que un papel... Vamos, que da miedo mirarla.
     Reflexioné. Podía seguir haciéndome la inocente y evitar así el mal trago que le iba a dar a la señora Grose..., pero decidí que había llegado el momento de la verdad. Tomé su mano entre las mías y le dije con toda dulzura:
     -Sí, y ya es hora de que lo sepa. ¿Qué aspecto tenía cuando me vio usted por la ventana?
     -¡Me ha dado usted un susto de muerte!
     -Pues a mí también me lo han dado- los ojos de la señora Grose expresaban muy a las claras que no tenía ningún deseo de ser cómplice de mi secreto..., pero era demasiado tarde para volverse atrás-. Lo que usted acaba de ver por la ventana del comedor no es nada comparado con lo que yo vi, por la misma ventana, hacía sólo algunos minutos. 
     Su mano apretaba la mía con fuerza.
     -¿Y qué es lo que vio?
     -Vi a un hombre. Un hombre muy extraño. Un hombre muy extraño que me estaba mirando.
     -¿Y quién era?
     -No tengo ni la más remota idea.
     Los ojos de la señora Grose se extraviaron por todo aquel lugar.


     Henry James, Otra vuelta de tuerca, Getafe (Madrid), editorial Anaya, páginas 47, 48, 1999. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

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