lunes, 9 de febrero de 2015

Decamerón, Giovanni Boccaccio

     El conde amaba mucho aquel niño, y jamás lo partía de si, por alguna virtud que le dijeron que en él había; y los caballeros, entendiendo la dura condición puesta en dos tan imposibles cosas, y viendo que por sus amonestamientos y ruegos el conde no se movería, volvieron a la dama y contáronle la respuesta; y ella, habiéndola con gran dolor oída, después de largos pensamientos deliberó de trabajar y probar si aquellas condiciones que el conde había puesto podrían venir a efecto, y por consiguiente ella pudiese recobrar su marido. Y esto determinado su voluntad, juntada con gran parte de los mejores y mayores hombres del condado, con dolorosas y piadosas palabras les contó lo que por la gracia del conde haber había hecho y la respuesta de que él había habido; y finalmente, les dijo que su intención no era que, por estar en la tierra, el conde estuviese desterrado de su condado, antes entendía aquel tiempo que le quedaba de vivir emplearlo en servir a Dios, así en romería como en obras de misericordia por salvación de su ánima, y rogóles que hubiesen cuidado de la gobernación de la tierra y que hiciesen saber al conde cómo ella dejaba desembragados su tierra y su condado con intención de allí más no volver.
     En tanto que la dama esto decía, los caballeros y la otra gente que allí estaban lloraban mucho, rogándola que le plugiese mudar aquel consejo, y no partiese; pero todo no valía nada, porque ella, encomendándolos a Dios, se partió el hábito de peregrina con un primo suyo y con una camarera suya, bien guarnida de oro y de joyas, y sin saber dónde ella fuese, entró en un camino y no se detuvo hasta llegar a Florencia.




Giovanni Boccaccio, Decamerón, Barcelona, Planeta, 1987, página 211.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

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