I
La nuestra es una época esencialmente trágica; por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ha ocurrido. Nos encontramos entre ruinas, y empezamos a construir de nuevo, a tener de nuevo pequeños hábitos, pequeñas esperanzas. Es una tarea ardua: ahora ya no hay un camino fácil hacia el futuro; tenemos que sortear o saltar por encima de los obstáculos. Tenemos que vivir, por muchos cielos que se hayan derrumbado.
Ésta era, más o menos, la actitud de Constance Chatterley. La guerra había derrumbado el techo sobre su cabeza. Y se había dado cuenta de que había que vivir y aprender.
Se había casado con Clifford Chatterley en 1919, cuando éste volvió a casa con un mes de permiso. Gozaron de una luna de miel de un mes. Luego él regresó a Flandes para que le mandaran a Inglaterra seis meses después hecho trozos más o menos. Constance, su esposa, tenía entonces veintitrés años, y él veintinueve.
Su manera de aferrarse a la vida fue maravillosa. No murió, y los trozos, al parecer, volvieron a unirse unos a otros. Durante dos años permaneció en manos del médico. Luego le dijeron que estaba curado, y pudo retornar de nuevo a la vida, con la mitad inferior de su cuerpo, de caderas para abajo, paralizada para siempre.
Esto fue en 1920. Clifford y Constance regresaron a casa, Wragby Hall, la mansión familiar. Su padre había muerto, Clifford era ahora baronet, sir Clifford, y Constance era lady Chatterley. Inauguraron su vida de casados en el hogar, un tanto desolado, de los Chatterley, con unos ingresos más bien insufucientes. Clifford tenía un hermana, pero ésta se había machado. No tenía otros parientes cercanos.
D.H.Lawrence, El amante de lady Chatterley, Madrid, Millenium, páginas 11-12. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
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