lunes, 2 de marzo de 2015

Nana, Émile Zola

VII

     Tres meses después, un atardecer de diciembre, el conde Muffat paseaba por el Passage de Panoramas. El día era muy templado. Un chaparrón acababa de empujar hacia el pasaje a una riada de gente. Era un tropel, un desfile penoso y lento, encajonado entre los comercios. Bajo las claraboyas blanqueadas por los reflejos, estallaba un derroche de luces, globos blancos, faroles rojos, transparentes azules, baterías de gas, relojes y abanicos gigantescos trazados con llamas, ardiendo en el aire, y el abigarramiento de los escaparates, el oro de las joyerías, los cristales de las confiterías,las sedas claras de las sombrererías brillaban, tras la transparencia de las lunas, bajo el chorro de luz cruda de los reflectores, mientras a lo lejos, entre la confusión multicolor de los rótulos, un enorme guante de púrpura parecía una mano sangrante cortada y atada por un puño amarillo.
     El conde Muffat se había acercado poco a poco hasta el bulevar. Echó un vistazo a la calzada y volvió, pasito a paso, pegado a los comercios. Un aire, húmedo y caldeado introducía un vapor luminoso en el estrecho pasillo

      Emile Zola, Nana, Barcelona, Planeta, página 161.
      Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

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