EL PRÍNCIPE FELIZ
Pero como la caña estaba muy apegada a su hogar, dijo que no.
-¡Has estado jugando conmigo!- exclamó-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!
Y echó a volar.
Voló todo aquel día, y ya de noche llegó a la ciudad.
-¿Dónde me quedaré?- se preguntó-; espero que la ciudad haya hecho preparativos.
Entonces vio la estatua sobre la alta columna.
- Aquí me quedo- exclamó-; es un lugar excelente y con mucho aire fresco.
Y se posó justo entre los pies del Príncipe Feliz.
- Tengo una cama dorada- se dijo en voz baja mientras miraba alrededor.
Se dispuso, pues, a dormir; pero, cuando ya metía la cabeza bajo el ala, una gran gota de agua le cayó encima.
-¡Qué raro!- exclamó-; no hay en el cielo una sola nube, las estrellas brillan nítidas, y sin embargo está lloviendo. Este clima del norte de Europa es espantoso. A la caña le gustaba la lluvia, pero era puro egoísmo.
Entonces cayó otra gota.
-¿De qué sirve una estatua si no te protege de la lluvia?- dijo-. Buscaré una buena chimenea.
Y decidió emprender el vuelo.
Pero antes de que extendiera las alas, cayó una tercera gota; alzó los ojos y vio...
Oscar Wilde, El fantasma de Canterville y otros cuentos, España, Editorial VICENS VIVES, página 69, 1993. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
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