ACTO I
ESCENA V
(ORGÓN, CLEANTO.)
CLEANTO. Esa doncella se ríe de vos en vuestras propias narices, hermano; y, sin el menor deseo de enojaros, os diré francamente que no le faltan motivos. ¿Dónde se habrá visto capricho semejante? ¿Será posible que un hombre posea hoy día una capacidad de seducción tal, que sea capaz de haceros olvidar todo por él, y que después de haber remediado su miseria en vuestra casa lleguéis al extremo de...?
ORGÓN. Alto ahí, cuñado, ignoráis qué clase de hombre es ese de quien habláis.
CLEANTO. De acuerdo, lo ignoro, ya que así lo afirmáis; pero, en fin, para saber qué clase de hombre pueda ser...
ORGÓN. Hermano, os encantaría conocerle y vuestro embeleso por él no tendría límites. Es un hombre que... ¡ah!... un hombre, un hombre, en fin. Quien sigue sus lecciones goza de una profunda paz y como a estiércol mira al resto del mundo. Sí, soy otro hombre después de conservar con él. Con él aprendo a no sentir apego por nada, a desligar mi ama de todo afecto, hasta el punto que no me afligiría ni tanto así ver ahora mismo morir a hermanos, hijos, madre o mujer.
CLEANTO. ¡Esos sí que son sentimientos humanos, querido cuñado!
ORGÓN. ¡Ah! SI hubierais visto cómo le conocí, le profesaríais el mismo afecto que yo le tengo. A diario venía a la iglesia y con aire sumiso se hincaba de rodillas muy cerca de mí. Era tal la unción con que elevaba sus plegarias al Cielo, que atraía todas las miradas de los fieles; suspiraba a cada momento, y en medio de grandes arrebatos, besaba humildemente el suelo una y otra vez.
Jean-Baptista Poquelín Molière, Tartufo, Barcelona, Editorial Vicens Vives, Colección Clásicos Universales, 1998, páginas 32 y 33, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
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