Alicia no sabía si tumbarse boca abajo como los tres jardineros; pero no recordaba haber oído hablar de semejante norma en los desfiles; "y además, ¿de qué serviría hacer un desfile", pensó, "si la gente tuviera que tumbarse boca abajo y no pudiese verlo?".
Así que se quedó de pie, y esperó.
Cuando la comitiva llegó a la altura de Alicia, se detuvieron todos y se quedaron mirándola; dijo la Reina con severidad:
-¿Quién es ésta?
Se lo preguntó a la Jota de Corazones, que se limitó a hacer una reverencia y sonreír por toda respuesta.
-¡Idiota! -dijo la Reina, sacudiendo la cabeza con impaciencia; y volviéndose a Alicia, preguntó otra vez.
-¿Cómo te llamas, niña?
-Me llamo Alicia, Majestad -dijo Alicia con mucha educación; pero añadió para sus adentros: "¡Vaya!, en realidad no son más que un mazo de cartas. ¡No tengo por qué tenerles miedo!"
-¿Y quiénes son ésos? -dijo la Reina señalando a los tres Jardineros que estaban tumbados alrededor del rosal; pues, como estaban boca abajo, y el dibujo de sus espaldas era igual que el del resto de la baraja, no podía saber si eran jardineros, soldados, cortesanos, o tres de sus propios hijos.
-¿Cómo voy a saberlo yo? -dijo Alicia, sorprendida de su propio valor-, eso no es asunto mío.
La Reina se puso congestionada de furia, y, tras lanzarle una mirada felina, empezó a gritar: "¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten...!"
-¡Qué tontería! -dijo Alicia, con voz alta y decidida; y la Reina se quedó callada.
Lewis Carroll, Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Madrid, Ediciones Akal, Akal Literaturas, 2005, págs 176-177, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
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